Finales de septiembre, últimos días de descanso. Queda poco para volver a la rutina o para empezar una nueva. Las ramas de los árboles se mueven armónicamente al ritmo del viento. Se sienten las primeras brisas de aire, la temperatura perfecta para salir a la calle sin miedo al frío cortante o al calor asfixiante. Sin duda, mi momento favorito del año y en mi caso, el más propicio para la reflexión.

Me dispuse a caminar sin rumbo fijo absorta en mis pensamientos. Poco a poco, me fui sumergiendo en el hermoso paisaje teñido de colores ocres, rojizos y anaranjados. Me encontraba rodeada de belleza, un deleite para la vista. Ojalá pudiera elegir cuando llega el otoño para contemplar el caer de las hojas manidas, cansadas de lo vivido. No puedo evitar sentir cierto alivio al dejar atrás la estación calurosa del desenfreno y comenzar un nuevo período donde se recobra la calma y todo vuelve a su ser. Un despertar repleto de oportunidades.

Camino entre los árboles, apartada de ese ruido que tanto me perturba pero acompañada del silencio vibrante del viento. Aquella tarde, las lágrimas recorrían mi rostro y lo peor de todo es que desconocía el motivo de mi pesar. Para resolver ese enigma, tenía que indagar en lo más profundo y eso me aterrorizaba. No sabía si estaba preparada para adentrarme en medio del bosque sin una brújula que me orientara pero era necesario. Al fin y al cabo sin problema no hay solución ¿verdad? Necesitaba parar el tiempo unos segundos. Necesitaba encontrar un momento de paz para despejar esa incógnita.

Y ahí mismo, sentada en un banco, me preguntaba quién era realmente. Estaba cuestionando la veracidad de mi identidad. Me sentía como una actriz que debía ajustarse a un guión ya escrito para representar una obra que ni siquiera había elegido. Pero una vez terminada la función, me miro al espejo y veo reflejada una desnudez física y mental con la que no me siento identificada. La frustración me invade. No me ha sido concedida la oportunidad de averiguar mi verdadero yo, mi verdadera personalidad y comienzan a brotar una serie de preguntas sobre mi existencia, la cual sin duda, se ha visto contaminada por la imposición de ciertos roles, normas y valores que nadie suele cuestionarse. Abro una puerta que me lleva a otras puertas y entro en una espiral de dudas y desesperación.

Ta vez ahí residía el motivo de mi sufrimiento. Me encontraba atrapada en una sociedad ficticia, rodeada de personas que actuaban por inercia. Quizás había llegado el momento de parar, de reescribir mi historia, de emprender nuevas aventuras y convertirme por una vez en la dueña de mi vida. Pero necesitaba estar más segura. En ese momento una hoja se posa sobre mi hombro ¿estaba ante la señal que buscaba? porque ¿acaso las hojas no caen para renacer de nuevo?