Ayer llovió. Iba a salir de casa cuando vi el cristal de la cocina gimotear agua. Me gusta mojarme pero ayer me había lavado el pelo, así que volví a coger el paraguas.

Ya en la calle, el agua caía feroz tintineando en el techo del paraguas con una musicalidad que hacía tiempo que no escuchaba, pero la sorpresa me la llevé al mirar hacia arriba, a la tela del paraguas; sostuve durante unos segundos una picazón fuerte en el corazón… ¡Cuántos recuerdos me trajo!

Sin darme cuenta, caminaba llorando igual que el día, eran tanta la nostalgia que creí estar en Santiago de Compostela corriendo por los soportales porque llegaba tarde a clase, pero en la rúa do Vilar tuve que meterme a comprar un paraguas. Estaban atendiendo a un chico, pesado como él solo, que no se decidía si un paraguas negro o uno de colores verdes; nada que ver con un paraguas y otro y yo le dije, para que abreviara, que el verde daba más luz a una ciudad tan gris, pero mi comentario cayó en vacio así que me fui y llegué a clase tarde según la hora estipulada, pero el nuevo profesor de Lengua y Literatura aún llegó más tarde que yo.

Cuando le vi aparecer mis ojos no daban crédito; era el pelmazo de la tienda; desconecté rabiosa de sus escusas y posterior arenga literaria.

Cuando salí de clase seguía lloviendo, ya me daba igual estar más mojada o no. Al rato, noté que la lluvia no caía sobre el abrigo y me di cuenta que alguien me tapaba con un paraguas de colores verdes; sí era él.

… La lluvia en Santiago siguió su cauce como siempre, pero yo nunca volví a ser la misma. Me enamoré perdidamente de Mario y su paraguas. Fue una historia tan bonita como irreal. Duró tres años y luego desapareció, nunca volví a saber de él, pero nunca le olvidé. Tuve un montón de amoríos, hasta me casé y me divorcié, pero ninguno fue como Mario, ninguno.

Ayer llovía sobre Madrid. No me mojé pues llevaba un paraguas de colores verdes. En un semáforo me paré. Había un hombre delante de mí que me dio pena pues se estaba calando con esa agua alocada que caía. Inconscientemente le tapé. Él se volvió extrañado. Unos ojos, iguales a una carballeira de robles, me nublaron.

-¡Olga!

-¡Mario!

Hoy no llueve aunque el hombre del tiempo ha amenazado que a última hora quizás lo haga.

Llevaré el paraguas. He quedado con Mario y me encantaría que lloviera.

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