Esta mañana salí muy temprano para caminar por las calles de la ciudad. En la calle había silencio, aire fresco, una luz muy clara. Me sentí alegre. El primer hombre con el que me topé caminaba lentamente, una tira de piel colgando de su mejilla. Pasó a mi lado sin verme.

Reanudé el viaje.

El segundo hombre que vi se tambaleó, arrastrando un cuerpo maltratado y destruido. La tercera era una mujer, medio desnuda con los ojos hundidos. El color verdoso de la putrefacción teñía su rostro inexpresivo.

Un torbellino de periódicos envolvió un automóvil abandonado.

Los entoldados de las tiendas colgaban desgarradas.

Todo a mi alrededor estaba muerto, la vida se había mudado muy lejos.

Intenté huir, pero descubrí con terror que no podía. Mis piernas parecían hundirse en el barro. Como en un sueño cuando tienes miedo. “Un sueño”, pensé “ciertamente es un sueño”.

Caminé por horas ahora. No he conocido a nadie más vivo excepto yo. Me encontré con cientos de estos engendros en la plaza. Caracoleaban en las cercanías, vagan sin ir a ninguna parte.

Al principio los escudriñé desde las esquinas más oscuras, porque estaba seguro de que me hubieran atacado si me hubieran notado. Pero ellos nada.

Es todo tan extraño. Fuera de este mundo.

No puedo pensar, recordar.

No puedo despertar ni correr a pesar de que el sueño ya no da miedo.

Me estoy acostumbrando a ellos. Los ignoro, ya que me ignoran y se ignoran el uno al otro.

Por casualidad veo mi reflejo en una de las pocas ventanas intactas … el horror disipa la ilusión de que todo es un sueño.

Ahora entiendo por qué me ignoran y porque no había notado nada esta mañana.

No fue el miedo lo que me impidió correr.

Simplemente, ninguno de nosotros puede hacerlo.