Podrías quizás tener un perro. Un perro bonito adorna mucho a una mujer atractiva. Sí, sí, mejor que salir a correr, porque perseguirte podría justificar cierta alarma, podrías tener una gran perro y salir esta noche los dos, el animal y su ama, a caminar desafiando el viento y el frío. Tú con tu cabello largo y él con sus espesas lanas caninas. Estaría bien. Y estaría bien que yo necesitase fumar. Hace años que lo he dejado, pero… pongamos que yo lo necesitase de pronto. Y que esta noche, yo fumando y tú paseando el perro, nos conociéramos por casualidad junto a un árbol, y charlásemos mientras tu perro regase un parterre. Acariciaría al animal, cuando el  animal hubiese acabado de holgarse en el tronco, claro. Le rascaría las orejas al bicho y tú ya sabrías que estaba adorando al santo por la peana. Te ofrecería tabaco, y charlaríamos. Yo te preguntaría, ¿A qué horas sueles sacar el perro? Y tú me dirías, ¿Y a qué hora sueles fumar tú? Tus ojos y dientes brillarían en la oscuridad y yo bajaría mi cabeza para poder mirarte por encima de mis gafas, empañadas por la niebla suave. Te acompañaría a casa quizás, y como no sería normal pedirte el teléfono nada más haberte conocido, nos daríamos algunas pistas para el siguiente encuentro casual.
De vuelta a casa, con la alegría del simple, sacaría la mano del bolsillo del abrigo para arrancar cualquier hoja de un seto o de una yedra, y hacerla trocitos nerviosamente pensando en ti. Y me sentiría tonto y feliz, a diferencia de cómo me siento ahora, tonto también, pero infeliz, por estar soñando contigo, sin saber si existes. Seguiría camino a casa, arrancando hojas y partiéndolas, y como los guijarros de Garbancito para poder volver hasta ti, iría sembrándolos por la acera, perfectamente idiota. Estaría bien.

Pero todo esto son fantasías imposibles que debí haber olvidado a los diecisiete. No voy a soñar más encuentros. Aunque… ¿Y si yo también me comprara un perro? Por si acaso existieras…