¡Ay de las charlas de bares, tascas o casinos!

Discursos imprescindibles entre tertulianos

sedientos de alcohol o café

compartiendo risas, broncas y confidencias

bajo el fuego de ardientes palabras

que de gargantas a veces anestesiadas

suben a tropezones buscando salida

encontrándose con una torpe lengua

que articular mal puede y menos aún

seguir el hilo, su enturbiada mente.

 

Mesas improvisadas de Parlamento o Congreso

senadores y diputados de la plebe

que ejercitan su derecho a arreglar el mundo

que aquellos con menos tino no supieron llevar

formando tal desaguisado

que no hay camino claro por dónde empezar

más sabe bien el parroquiano

donde recortar y añadir tela al traje comenzado

que siempre le falta al pobre del pan

para sobrarle al otro, en zapatos, viajes y buen plato.

 

Y una vez el país arreglado

toma el sitio de Maquiavelo, Nietzsche o Sartre

y desciende sin temor

a esa oscuridad interna que solo a veces descubre

desnudando alma y mente

confesando sus creencias, sus más íntimos secretos

a golpes de convicción

para obtener del de al lado el beneplácito exigido

para así poderse ir a casa

con la satisfacción plena, de haberlo convencido.