En aquella sala, que no debía tener más de 20 metros cuadrados, descansábamos con la intención de recuperar la cordura, según el jefe de estación. No estábamos detenidos, sino retenidos preventivamente (sutil diferencia solo al alcance de los jefes de estación o superiores). Tampoco estábamos solos. Había un señor de edad indefinida. Sus modales y porte elegante eran propios de retirados con categoría, aquellos que no han notado mucho el paso de la vida laboral al jubileo de no tener que cumplir horarios. En cambio su conversación era jovial y divertida, con infinitos recursos de seducción a la vez que profundidad en sus pensamientos.

¿Cómo anda la parejita?

Solo somos amigos —contestó Charini.

No hay de qué avergonzarse.

No lo hago. A este señor, con un trastorno pasajero en el habla, lo he conocido en el tren y no se puede imaginar usted, señor…

Nomolas.

Curioso nombre

Ironías del destino. ¡No vea cuanto tengo que luchar para contradecirlo!

En ese mismo momento una enorme carcajada se abrió camino en aquel rostro de formas suaves pero con los surcos de la experiencia labrados .

Pues como le decía, Sr. Nomolas, antes de caer en la desgracia de ser recibidos por el jefe de estación, habíamos mantenido una charla animada, ahora observa y toma nota.

Charini… Un nombre muy cinematográfico. Y ¿qué hace aquí?

Es una larga historia.

Tenemos tiempo. ¡Ah!…Y puedes tutearme

Charini pasó a relatarle, con todo lujo de detalle y acompañado de cierta teatralización (incluyendo el antifaz), los sucedido desde que emprendió el viaje y compartió asiento con el desconocido. Le explicó que el conflicto se originó por no haber respetado el silencio en la vagón con el mismo nombre. Le dijo que cuando ya parecía que se había aclarado el malentendido, en lugar de pedir disculpas se enzarzó en una diálogo desafortunado con el jefe que no entendía su sentido del humor.

Cuando acabó su relato Nomolas ser retorcía de risa. No podía articular ninguna palabra. Charini no sabía si acompañarlo o darle una colleja. Optó por lo primero y así acabaron los dos por los suelos muertos de risa.

A mi me ha sucedido algo parecido

No me lo puedo creer.

Yo también venía en tren.

¿En un AVE?

Sí, y ¿sabes lo mejor? …

No me lo digas…No puede ser …

Sí, sí, en un vagón de silenció.

Ahora me dirás que no lo has respetado, ja, ja, ja.

Más o menos.

Nomolas le contó que había compartido banqueta con un invidente. No lo supo hasta que comenzó a recibir mensajes por el Whatsapp. Estos, como no podía ser de otra forma, los recibía como audios. Nomolas acabó escuchando los más de cien mensajes que se dedicó a recibir y enviar. Mantuvo la compostura porque no iba a ser él quien le privara de otro sentido , aunque fuera temporalmente, al señor. Entonces se dirigió al coche bar, pero estaba cerrado por la misma huelga que había afectado a Charini. Volvió a su asiento y allí seguía recibiendo mensajes…Se levantó y recorrió el tren de arriba abajo en busca de algún revisor. Al no encontrarlo se dirigió con determinación a la cabina de los pilotos. Golpeó la puerta con insistencia hasta que uno de ellos abrió la puerta.

¿Se puede saber qué le ocurre? ¡Esta prohibido entrar aquí!

No quiero entrar, quiero hablar con alguien de la compañía.

Pues tendrá que esperar a llegar a la estación.

¿No hay algún auxiliar o revisor para poder hacer una sugerencia?

No. Si quiere hacer una reclamación… cuando lleguemos a la estación.

Pero entonces ya no tendré la necesidad. Por cierto, bonito pareado.

Mire , señor, no me toque lo que no suena.

Verá, nada más lejos de mi intención pero hablando de cojones yo le podría explicar una historia muy divertida…

Vuelva a su asiento o tendré que tomar medidas…

1,80 metros, con calzado.

El copiloto se giró hacia su compañero desconcertado y le dijo:

Aquí hay un imbécil que quiere hacer una reclamación.

Perdón, no es una reclamación, es una petición —aclaraba Nomolas intentado abrirse camino.

Dile que vuelva a su asiento o tomaremos medidas.

Ya lo he hecho y me ha contestado dándome su estatura.

Joder con el tío.

Sí, el muy guasón me quería explicar un chiste o algo así de unos huevos…

Nomolas asomó la cabeza por la puerta, casi había rebasado el umbral cuando recibió, con disimulo, un codazo en el hígado por parte del copiloto.

¡Le he dicho que no puede entra aquí!

Señor piloto, no era de huevos, sino de cojones, pero tampoco es lo relevante. En realidad le quería contar la historia del hámster.

De esta forma, Nomolas, acabó también en esta misma sala que ahora compartía con aquella pareja extraña pero divertida.

¿Así que te encuentras aquí por culpa de un roedor? —preguntó Charini

De un hámster

Lo que digo, de un roedor.

En realidad se trata de una técnica no de un animal…

Antes de que el dialogo los condujera de nuevo a una situación disparatada, les sorprendió la precipitada entrada en la habitación del jefe de estación. Caminaba con inseguridad, como si hubiera hecho una larga cata de vinos sin escupir ninguno. No llevaba la americana y el nudo de la corbata lo tenía aflojado asimétricamente. La frente le brillaba y en las axilas se advertía el rastro de un sudor exagerado. Se plantó frente a ellos con los brazos un poco extendidos y los ojos desorbitados. Parecía querer decir algo, pero no pudo: allí mismo se desplomó resonando en toda la sala el crujiente ruido que hizo su cráneo al golpear violentamente contra el suelo.

Se acercaron titubeantes para auxiliarlo y comprobaron que estaba muerto. Se había formado un charco de sangre alrededor de la cabeza. Le dieron media vuelta y observaron la mirada de terror que conservaban su ojos abiertos. Examinaron el cuerpo con torpeza y desviaron la mirada hacia sus manos. La izquierda mantenía el puño cerrado aferrando algo con fuerza. Charini le abrió la mano y descubrió un vagón de juguete de los que tenía en su escritorio. Se fijó en que se trataba de una miniatura de un tren de alta velocidad. Le tembló todo el cuerpo cuando se dio cuenta que se trataba del vagón del silencio. Levantó la mirada confundida y observó como Nomolas le cogía de la otra mano el libro que sostenía. Se trata de un libro de relatos y este estaba abierto por uno que llevaba por título:«Lluvia grotesca». Se miraron con alarma al comprobar que se trataba del “Libro 1 de Desafíos Literarios”. Al unísono dijeron: «Yo acudía a su presentación»

Se escuchó una sonora carcajada por detrás de ellos. El pasajero sin nombre y sin habla la había recuperado.

Aquí empieza:

EL VIAJE (primera parte)