10:00 a.m.

Me decidí a pisar la arena no sin antes pensarlo varias veces al ver lo concurrida que estaba la playa. Me adentré pertrechado, cómo no, con los más elementales accesorios: sombrero, gafas de sol, gafas para ver (las normales, quiero decir) sombrilla, toalla, silla, libro, teléfono, auriculares, chancletas, crema protectora (se mantenía precintada durante todo el verano) gafas para el agua, por si ese día es una de los cuatro que decidía remojarme y también con bañador porque no se trataba de una playa nudista. Acompañaba a éste una camiseta a conjunto para no descuidar más la imagen, ya de por sí cómica, con todo aquello que llevaba encima. Aunque parecía que iba en contra de las leyes de la gravedad, era capaz de llevarlo todo con tan solo las dos manos que mi progenitora (qué moderno que soy) me ha proporcionado.

Con ese perturbador a la par que ridículo aspecto, aspiraba a pasar unas horas bajo el sol infernal de Agosto. Más tarde me arrepentí de culpar al astro rey de mis males cuando advertí , una vez más, que lo más nocivo no era la naturaleza, sino la bípeda especie humana que la habita.

Supe que ya había avanzado bastante cuando noté como la arena me quemaba los pies. Me alegré un poco al ver que a medida que me aproximaba a la orilla no había tanta gente como los parasoles indicaban al principio. Aun así me costó encontrar un lugar libre. La mayor parte de la la primera fila estaba ocupada por esos artefactos inertes (sombrillas) que cuando no están protegiendo a nadie son totalmente inútiles. La función que ahora tenían, en alianza con las sillas y tumbonas, era la de reservar el sitio para cuando sus culos propietarios se dignaran aposentarse allí.

¿Se puede ser más incívico, maleducado y descortés? Esas conductas me parecen deleznables y mezquinas. Lo más curioso es que esa práctica la llevan a cabo personas adultas, que se les supone formadas y educadas (la gente suele confundir ambos conceptos) y que en la mayoría de los casos son del sexo masculino (es probable que éstos aleguen que siguen instrucciones). En algunos casos jubilados y abuelos (no siempre coinciden ambos estados, los digo por los jubilados prematuros, no por los octogenarios sin descendencia).

Después de varios rodeos, esquivando aquel mobiliario perfectamente alineado, pude fabricarme un hueco donde instalarme y montar todo el tinglado , aunque esta peripecia la dejaré para otro relato. Sentando bajo el hongo, con el sombrero y la camiseta puesta (para evitar insolaciones) y notando como las gotas de sudor se deslizaban por mis sienes, lo que demostraba la total ausencia de la famosa brisa marina, me dispuse a dar cuenta de libro que me había llevado y motivo principal de aquella arriesgada excursión.

¡Perdone que le moleste!

¿Sí? —atiné a preguntar deslumbrado por el sol.

No he podido dejar de fijarme en el libro que estaba leyendo…

¿Conoce a la autora? —Poco a poco se me aparecía el careto de una señora entrada en carnes y años.

Sí. Bueno, no. Verá: una prima de una amiga de la mejor de mis amigas, que nos conocemos desde la infancia, tiene relación con la compañera de la hija de la señora que ha escrito el libro…En fin, creo que me he perdido. La cuestión es que llegó a mis manos.

¿Y le gustó? —hacía esfuerzos por no enviarla al fondo del mar donde va a parar toda la mierda generada por el ser humano…

¡Muchísimo! Me emocionó. Y usted, ¿la conoce?.

Digamos que tengo el libro dedicado… Sí, eso creo que significa que la conozco.

¿Y cómo es? No es que sea cotilla, pero después de leer el libro me interesa saber más de ella.

Soledad Palao es encantadora, pero si quiere ver su aspecto, en la solapa del libro hay una fotografía…

¿Por dónde va? ¿Ha llegado ya al episodio donde el “mielero” alquila los chorizos para darle sabor al cocido? Es increíble la atmósfera que crea y como detalla el ambiente de aquellos años tan duros como ilusionantes…

La conversión de la señora en crítica literaria, despertó por primera vez mi interés por aquella absurda conversación.

Estoy a punto de llegar al desenlace. Me parece que es una lectura apasionante, llena de sentido del humor y contada de una forma directa fresca y espontanea, con unos personajes tan particulares como entrañables. En parte me recuerda a Eduardo Mendoza.

¿Ese no había sido presidente del Real Madrid?

Ese golpe me devolvió al estado anterior, semiciego, abotargado por el sol y la bruta realidad.

No. Se trata de uno de los mejores escritores contemporáneos. Con un estilo tan propio como difícil de conseguir. Sus novelas están llenas de ironía y sarcasmo y por muy miserables y estrambóticos que sean sus personajes, consigue convertirlos en héroes y meterlos en una trama perfectamente estructurada. También estoy leyendo al mismo tiempo uno de sus libros: “ La aventura del tocador de señoras” .

¿Y ya puede leer dos libros a la vez?

Si no me interrumpen…