Andrea y yo llevamos toda la vida juntas. Somos como almas gemelas pero…. «siempre hay un pero…»  Algunas veces, nos enzarzamos en discusiones peregrinas que no conducen a nada, como hoy.  Tengo costumbre antes de salir, de dar un último vistazo a mi aspecto en el espejo del recibidor.

 

—¡Mira que eres coqueta…! dice Andrea con ánimo de picarme

— Yo jamás lo he sido — respondo algo mosqueada—Sólo quiero comprobar que voy bien vestida y sin motas de polvo en mi chaqueta.

—¡Ja…! Esa es la excusa que siempre pones para regodearte con tu imagen impecable…

La frase y su mirada penetrante, como si  adivinase lo que pienso me intimida a veces

—¿Te crees muy lista verdad…? Pues no tienes razón. Jamás me preocupó tanto mi imagen como para dedicarle más tiempo del necesario.

—¿Estás segura…? ¿Y eso que tienes ahí…?

Andrea, con las  cejas arqueadas y sonrisa cínica,  fue perfilando con un dedo sobre el espejo las bolsas bajo mis ojos, cada arruga de mis párpados, las del labio superior, mi cuello flácido….

— Ni siquiera el maquillaje  puede disimular  esto….

—¡Eres mala, muy mala…! ¡Te odio…!—  grité.

Intentó hacerse la despistada, como si la cosa no fuese con ella

— ¿Y tú…? ¿Te has visto la cara…?— le espete rabiosa — Te recuerdo que tenemos la misma edad…

—Sí, ya lo sé… pero a mi no me molesta como a ti. Además…  siempre me consideré única e irrepetible, la más hermosa y perfecta de las criaturas creadas. Mientras tú, te sentías horrible y fea, intentando siempre disimular tus imperfecciones tras la ropa elegante o el maquillaje…¿No es hora ya de reconciliarte con tu vida….?

Miré fijamente sus ojos reflejados en el espejo. Andrea tenía razón. Era el momento para reconciliarnos ella y yo.