Descubrir el secreto de la invisibilidad fue siempre el deseo de Johan.
Ya desde pequeño se escondía bajo cualquier objeto con tal de que nadie le viese aunque en realidad, no le servía de mucho pues conociendo su afición la madre o los hermanos siempre le encontraban.
Estudió ciencias físicas para poder investigar y eso es lo que hacía en el laboratorio donde trabajaba. A petición del gobierno estaban buscando un método que hiciese invisibles a barcos, aviones y a cualquier material bélico susceptible de ser utilizado en guerras o espionaje.
Johan experimentó con toda clase de elementos, líquidos, sólidos y gaseosos. Como algo es visible cuando la luz se refleja en ello, probó todo tipo de ondas de luz para conseguir su objetivo. Algunos resultados fueron satisfactorios, pero en cuanto la onda lumínica dejaba de fluir las cosas volvían a ser visibles de nuevo. En realidad el pretendía una desaparición total pero el artilugio que creó no la conseguía al completo aunque sirvió a los propósitos del laboratorio que se forró a cuenta del invento.
Al no quedar satisfecho con los resultados, siguió experimentando por su cuenta hasta que, cierto día una pipeta que contenía la última combinación que había preparado se resbaló de sus dedos dejando caer unas gotas sobre la mesa en la que trabajaba. Al momento pareció abrirse un agujero en ella y se extendía a medida que el líquido resbalaba por su superficie. Se quedó mirando extasiado hasta que de pronto gritó emulando al famoso Arquímedes:
¡Eureka, lo encontré!
Fue depositando gotitas de la pócima en diferentes objetos y comprobó que automáticamente desaparecían. Al ver que eso era lo que había estado buscando siempre y que no necesitaba de ningún objeto para ayudarse a ocultar lo que no quería que se viese, decidió que sólo le faltaba probar su efectividad en las personas. ¿Y quién mejor que él mismo…?
Volcó un poco del elixir en un vaso, se puso frente al espejo y se lo tomó de un trago. La verdad es que no estaba muy rico, pero no le importó demasiado cuando comenzó a ver cómo desaparecía su imagen. Solo una cosa no desapareció: sus gafas.
Cuando se cansó de ser invisible y gastar bromas a sus compañeros, pensó que ya era hora de volver a su estado normal y ….
¡Oh Dios…! Se había olvidado de comprobar de qué forma se hacían perceptibles las cosas que hizo desaparecer. De hecho, no había previsto ningún antídoto que revirtiese su estado de invisibilidad
Cogió su bastón, se puso el sombrero y salió a la calle. Su sueño se había hecho realidad para siempre….