Alberto supo hacer creer a la policía con exquisita frialdad que él no tenía nada que ver con la muerte de su esposa; pero es que él era así, frío en los momentos más tensos, como cuando la asesinó. No es que pudiera esgrimir a su conciencia algún tipo de justificación. No.  Su terrible acción fue algo premeditado, calculado a conciencia desde el noviazgo. Ese es el motivo por el que los del seguro no tuvieron más remedio que pagar un cantidad astronómica que, sumada a la herencia del testamento, lo convirtió en uno de los hombres más ricos del país.  Alberto no perdió el tiempo; por algo había estado esperando su momento tantos años. Gastó enormes sumas de dinero en los casinos solo por el placer de perderlos; contrató los servicios de costosísimas prostitutas de lujo; consumió todos los cruceros que el mercado ofrecía; se alojó en los mejores hoteles del mundo…En fin, para qué cansar.

Pasada una década, Alberto empezó a aburrirse. Cualquier cosa que se obtuviera con dinero ya lo había probado y repetido hasta la saciedad. No obstante, nunca había matado animales; de modo que contrató los típicos servicios de cacería ilegal que pululan en África. Primero les tocó a los elefantes. Nunca se había sentido mejor decidiendo sobre la vida de un ser vivo tan descomunal. Por supuesto, nunca les perdonó.  Sus compañeros de matanza le animaron a la búsqueda y asesinato de los leones. Por un momento dudó, pero le tranquilizaron asegurándoles que ellos le protegerían; y, en efecto, la adrenalina se le disparó (nunca mejor dicho) cuando aquella fiera empezó a correr hacia él. Cinco disparos de gran calibre tuvo que efectuar para robarle la vida justo en el instante en que se abalanzaba contra él. Se sintió el rey del mundo, aunque le duró poco ya que uno de sus compañeros comentó que aquello no era nada en comparación con la caza del tigre. Esos demonios eran capaces de saltar hasta la grupa de un elefante y arrancarte un brazo con sus garras. Apasionante.

Dispuso más recursos para organizar un espectacular safari clandestino por La India en busca de tan preciado felino solitario. Hasta los elefantes, temerosos, caminaban en silencio entre los juncos. Por fin, un mancha naranja y negra se vislumbró entre la maleza. No supieron cómo, pero en cuestión de segundos, el tigre había saltado con toda su majestuosidad contra el segundo elefante y tumbado a Alberto. El resto del grupo huyó despavorido sin poder controlar a los paquidermos.

El tigre avanzó hasta Alberto, que ya se había meado encima, hasta acorralarlo contra un árbol. El cazador convertido en cazado. Sí, las típicas vueltas que da la vida. No obstante, el felino se tomo su tiempo. Observaba con redomado placer el rostro de su víctima  a un palmo de distancia. Alberto era incapaz de mirar a sus enormes ojos amarillos, pero cuando lo hizo, su cuerpo entero se estremeció al comprobar algo terriblemente familiar en ellos.