00Parda, de pelaje pardo, me la suele liar «parda» desde el mismo momento que asomo el hocico por la puerta. Desconsolada gimoteaba sin perder detalle de todo lo que ocurría a su alrededor a través del verde penetrante e inteligente de sus ojos. Todo comenzó esa tarde, la tarde noche que se inicio la contienda intelectual más difícil de mi vida. Ella me miraba fijamente con desdén, mientras al resto de la familia les ponía ojos de cordera degollada, todos le acariciaban y besaban, y ella se dejaba querer ronroneando falsamente, al tiempo me mira de reojo, y me sonríe con sutil maldad y de soslayo.

Los días pasaron, ella crecía, y el pulso lo mantenía, intente infinidad de veces ganarme su cariño, me decía a mi mismo «es un animal no tiene mi inteligencia humana» error craso error el mío. Cuando intentaba acariciarla, después de mirarme me zarpeaba, o me mordía con todas sus ganas, me llego a plantear si en otra vida le hice algo. Mis brazos siempre van tatuados de su amor por el ser humano, mi nariz en la actualidad tiene diferentes orificios como para colgar de ellos varios piercings, me gruñe al pasar juntos por el pasillo, y esto no puede continuar así.

Ahora que ya ha alcanzado la edad adulta, me he impuesto que no pase un día más sin poner solución al tema de la “niña” así la llamamos. Creo que ha llegado la hora de imponer mi autoridad humana ante la desfachatez de tan altivo animal. Huyendo del castigo físico, me preparo para ganar la batalla de las ideas. Me asusta un poco su imagen, tiene un aire ladino en la mirada, y un parecido físico en los bigotes con Aznar, eso era lo que más me asustaba al asumir el reto que me había impuesto la vida.

Así que, mientras mi señora está trabajando y el niño en el instituto, decido dejar de aporrear un rato el teclado del ordenador, y sentarme con la niña en una pausa breve para demostrarle que aquí, el que manda soy yo, el ser humano y que ella es solo un mamífero inferior ante mi evolución natural. Nos sentamos en el tresillo, uno frente al otro, ella con elegancia recogía hacia delante su larga cola, y erguida me miraba fijamente a los ojos, yo con las piernas cruzadas y vestido con mi mejor pijama, dejo caer las gafas por el tabique nasal para hacer aún más interesante mi superior humanidad, dejé pasar unos segundos, ya que ella no rompía el silencio ni la pose en ningún momento. Con voz firme le espeté.

  • Niña, no crees que ha llegado el momento que cada uno asumamos nuestro papel en casa. —Sin inmutarse me contesto en un perfecto castellano.
  • Y tú no crees, que en esta casa y por muy humano que seas no eres ni por asomo lo más inteligente que pisa su suelo.

Con las gafas a punto de desplomarse en la larga caída por el puente nasal, pensaba, no es posible que haya hablado, ¡Pero lo ha hecho! Lo he oído. No habrá gatos por la calle, que me tiene que tocar uno que habla y además le caigo mal. ¡Qué suerte la mía!

  • ¿Cuándo estés preparado realmente para hablar me avisas? — Me contesto soberbia, y tras ello de dos brincos desapareció de mi vista.

Esto va a ser más difícil de lo que preveía, voy a pensar mi estrategia con la sorlisa esta, y la semana que viene me vuelvo a medir con ella.

Jordi Rosiñol Lorenzo.