El tanatorio abrió con puntualidad británica, a las ocho en punto. En la puerta ya esperaban algunas personas que debido a la pérdida no habían podido pegar ojo en toda la noche.
Abrieron las puertas y una de esas personas era la viuda. Entró a las oficinas a preparar el velatorio y todo lo relacionado con el entierro. ¡Cómo si ella estuviese de humor para escoger músicas, recordatorios ni otras cosas que le parecían bastante absurdas en aquellos momentos! Al fin y al cabo una vez muerto el burro, la cebada al rabo, que decía su madre. Además ella no era especialmente religiosa. Si hacía aquello era por él, un hombre por el que hubiese dado todo lo que tenía, y era mucho, para que siguiera a su lado, había sido lo mejor que le pudo pasar en la vida. El difunto era un hombre divertido, sin prejuicios y siempre dispuesto a darle el menor de sus caprichos. Pero la vida era cruel y se lo había arrebatado apenas unos meses después de conocerlo.
Después de realizar todos los trámites entraron en la sala asignada al cuerpo. Allí estaba, tan frío, tan solo, con su traje de Armani, el que se resistió tanto a que  le regalase. Ella veía con qué ojos se lo había mirado y como era generosa por naturaleza no le dolía pagar lo que fuese si con ello la persona que había a su lado era feliz, y Gerry no hacía más que repetirle lo feliz que era. Por eso le pareció tan cruel que aquel infarto se lo llevase tan pronto, ni siquiera había tenido tiempo de hablarle de su familia, tan sólo decía que no eran nada importantes. Le hubiera gustado haber podido llamar a alguno de ellos para pasar juntos un trance tan amargo, con el único que pudo contactar fue con su amigo, el que los había presentado. Aunque entre ellos la relación era un tanto extraña, siempre iba tras él, siempre como su sombra. ¡Qué amigo tan fiel!, tan callado y tan atento a sus necesidades. Algo que no le gustó, lo único, era que a veces se mostraba incluso descortés con el pobre hombre, aunque lo más extraño era que al buen hombre no pareciera importarle. Si a él no le importaba, pues a ella tampoco, se encogía de hombros y se dedicaba a otra cosa.
Estaba evocando aquellos momentos felices a su lado y pensando que en realidad no sabía gran cosa de él cuando entró el amigo, acompañado de otro personaje.
Se levantó de donde estaba para saludar a los recién llegados, con un clínex se enjugaba las lágrimas que no paraban de brotar de sus miopes ojos, cuando el amigo le susurró al oído que saludase al presidente.
—¿Presidente, qué presidente? —dijo extrañada levantando la cabeza de golpe y acomodándose las gafas antes de que de nuevo se humedeciesen.
Creyó morir, allí estaba dándole el pésame con un español macarrónico el mismísimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump en persona, y ella se había quedado paralizada, no tenía ni idea de cómo debía dirigirse a él, ni por qué demonios estaba aquel hombre allí.
—Sorry, my dear sister in law, supongo que my brother nunca habló about me.