Acércate, tengo algo que decirte. Déjalo todo y por unos segundos sólo escúchame.

¿Por qué has tomado los ojos equivocados para mirarte?

Tomaste la mirada de un publicista,
por eso te crees un número más y cuando no puedes consumir, te frustras.

Adoptaste los ojos de los soberbios, de modo que no ves en ti sino un incapaz y no un luchador.

¿Y por qué aceptas los ojos de un lujurioso para mirar tu cuerpo?
Si ellos no te juzgan deseable, te desechas. Jamás te paraste a cuestionar su opinión, y es tan sólo una opinión.

¿Quién te enseñó a mirarte así? ¡No fui yo! Puesto que has decidido mirarte con ojos ajenos y no propios, considera:

Si te vieras con los ojos de un ingeniero
hallarías un diseño inteligente, una máquina biológica funcional y admirable.

Si te vieras con los ojos de un biólogo
encontrarías vida latiendo ante los ojos del mundo, soplo invisible,
algo que él jamás podrá conseguir en ningún laboratorio.

Si te vieras con los ojos de un pintor
contemplarías una obra de arte. Hiperrealista, impresionista, cubista…
En todo caso única e irrepetible.

Si te vieras con los ojos de un científico
te asombrarías ante la muestra con la que se ha experimentado por siglos,
indescifrable en sus secretos.

Si te vieras con los ojos de un militar
apreciarías el valor de tu vida,
de lo que puedes pelear,
de cuánto podrías llegar a conquistar,
descubrirías el impacto alto y profundo
que puede lograr
un solo individuo.

Si te vieras con mis ojos de Padre
verías la niña de mis ojos, mi insustituible,
mi intasable, mi hermoso,
alguien por el cual morir,
aunque sea como un criminal, en una cruz.

¿Aún te miras con ojos erróneos? No fui yo quien te lo enseñó.
Desaprende lo aprendido y renueva tu mente, o como dicen ahora en la tierra: autoestima, mi hijo, autoestima”