Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida, que es como un ángel expulsado perpetuamente.
-Luis Cardoza y Aragón –

─La recordaré siempre tierna, incluso hoy. A pesar de que los dos somos conscientes de nuestros destinos inmediatos mantenemos un grado de estimación y respeto como veneración a aquellos tiempos compartidos.
─Su voz se quiebra en este instante por la culpa que trae el amor. Oh!, su voz sigue siendo música para mí. Si, su voz como su mirada lo llena todo. Todos los espacios son Ella, son réplicas de patrones diferentes latiendo con imitación estricta dentro de mi corazón decadente.
Cuando la conocí curaba con delicadeza extrema mis huesos astillados y yo, me veía en sus ojos. Sus ojos brillaban negros como la cobertura de mi plumaje. Su mirada clara e ingenua se encontraba con la mía, que ya había perdido su color. Sus frágiles manos, dueñas de movimientos certeros y seguros, colocaban vendas que calmaban lo incómodo de las heridas. El cabello negro y rizo caía sobre su rostro como un salto de agua gigante que, con la premura por evitar el suplicio provocado por las lesiones, danzaba de un lado al otro. Esos movimientos, tenían como consecuencia dar notoriedad a su rostro perfecto. Yo, emitía sonidos graves de dolor y luego la observaba atónito. De la misma manera, lo hago ahora mientras Ella prepara las cazuelas y cucharas.
Hoy entre nosotros se escribe otra historia. Ya no es aquella de diversión por los techos de la cabaña cubiertos de nieve deslizándonos juntos. En este momento agresivo y peligroso para mí, retengo los instantes en que me posaba en su cabello en los días de otoño, o cuando de su boca roja como las flores de granada, me alimentaba con zarzamoras. Me agrada recordar mis graznidos de gozo al escucharla entonando una canción al atardecer, para anunciar nuestra llegada a casa después de pasear por las laderas en busca de flores y hierbas dulces.
El fuego que calienta en la hornilla luce como un animal salvaje, alebrestado, cuyos miembros se extienden tratando de alcanzarme hasta el mesón de la estrecha cocina, donde siempre esperé ser rescatado para los paseos cotidianos. El fuego arde, con su vigor me consume sin siquiera tocarme.
De la manera establecida por mi amiga, mi princesa de cabellos de caracolas, de rostro angelical, de compañía mutua, estaré a merced de los calores, de los gases, de las llamas implacables e incandescentes del fuego.
─Los animales tenemos alma, si, la tenemos. Por que creen que no?─ Es que acaso no se da cuenta que puedo sentir miedo?─ que puedo sentir sus manos delicadas atando mis escuálidas patas, que puedo oler en su piel campestre la ansiedad y a través de su aliento mentolado la impotencia y la ira.
─Soy un simple cuervo con alma humana, puede ser?─sí, claro que puede ser─ puede ser, que mi alma aunque en un tiempo diferente se ha adaptado a este amor que no puede existir. Este amor melodramático que me acosa absurdo es mi verdugo.
─ No hablo pero ella entiende mis graznidos, los ha entendido desde el primer día─ ha entendido también mi absoluta devoción en mis miradas singulares como Ella lo recalcaba hasta hace poco─
Aleteo con dificultad, el fuego me hipnotiza por momentos, el miedo se calma y mi pequeño corazón late callado. Logro salir del trance y escucho el tintineo de las cucharas, el picar del cuchillo sobre la tabla, los olores se confunden. Huele a desesperación, a tristeza, a anticipación, a pena, a admiración inconsciente.
Yo, su criatura umbrátil, su acompañante curioso y agradecido acogerá la muerte por amor en cortos instantes. Si! , aunque podría atacarla y devolver el golpe por rencor, no lo hago. Sé que le pertenezco a mi amada y ella, le pertenece al señor dueño de estas tierras que hoy vendrá a cenar. Ella, pobre pero no desposeída, él atractivo amante y futuro consorte, vendrá al caer la noche a ofrecerle un lugar importante en este mundo.
Soy esclavo mudo de su sangre fría y de un arrebato ilógico, quizá de mi vida anterior. El dolor a perderme de Ella es inaguantable, insoportable, más que morir propiamente.
−Siento que el metal entra en el cuerpo, mi corazón suaviza el paso, las alas se quiebran por el espasmo, los huesos truenan. El sonido del quebranto es una expansión y contracción que genera un ruido interno inextinguible. −Nuestras vidas están atadas por alegría y la congoja─ le digo con un graznido que ella no atiende, o más bien que entiende pero ignora exprofeso.
─ Mi vida se extingue, el olor a anís, canela y cardamomo suavizan el dolor, actúan como sedante reduciendo la ansiedad, desapareciendo la tristeza. Hierbas dulces y flores secan cuelgan sobre mí. Los colores verduzcos y los vibrantes rojos y amarillos de los botones que capturamos en las laderas todavía sobreviven al tiempo mientras yo me apago, me hundo en el gris de la muerte cuya entonación se adentra en este cuerpo inhumano.
Los aromas se pasean lentamente junto con la brisa que entra por la pequeña ventana de la cocina. Esta noche el amo degustará un festín de cuervo, esta noche me convertiré en boccato di cardinale embutido con frutas y adobado con especias. Esta noche se sella el compromiso marital de mi amada, bajo la luna menguante de Grasse.
─ El fuego crece, lenguas rojas se balancean sobre la leña; suben y bajan como las tonadas de la melodía del violín de Saintes que se escuchan a lo lejos. El fuego, una paradoja destructiva, engorrosa, real, envuelve este proceso degradante en poesía de espíritus, de almas, de fuerzas persistentes.
─Soy cómplice del amor sugerente, completamente no habituales, de influencia de ecos prosaicos, soy cómplice y víctima de la vida y de su dualidad eterna. ─ Estoy muriendo con la mirada fija en la soledad del fuego, en su eternamente danza mortal de luz y oscuridad─ Veo diablos rojos, chispas candentes salpican en sus brazos, sus hombros, su cintura. Sus manos flotan en el aire intenso atisbado por la lumbre, mi dueña asesta un golpe…─Estoy muriendo ya.