Querido Cimón: Usted me dio alas, me alentó a levantar el vuelo. Mi nido no era perfecto. Tenía hendiduras por todas partes. Entraba el frío por las heridas de mi corazón. Entonces llegó usted y me dio alas, aunque usted sabía que no volaría conmigo.

Durante un tiempo así fue. Durante un tiempo usted me hizo sentir única… pero, y ahora es cuando viene el pero, usted esperaba algo diferente, supongo, ya que nunca me quedó claro qué era lo que esperaba de mí.

Supongo que no cubrí sus expectativas. Supongo que mi intelecto so se pudo comparar al suyo, por eso pronto se cansó. 

Durante un tiempo jugamos a querernos. Durante un tiempo sus besos supieron clausurar mis labios y aquello bastó. Durante un tiempo fue usted el ángel, que cual demonio, habitaba en mi infierno. Durante un tiempo me bastó con un trozo de su cuerpo para ser feliz, tranquilo, no se sonría, ese pedacito suyo no es el que está pensando, me conformé con su cerebro, ya que el mío no se pone de acuerdo con el corazón y el suyo es capaz de separar esto nuestro a lo que nunca le pusimos nombre… Bueno usted no se lo puso, yo me negaba a llamarlo por él. Fui lo suficientemente valiente para aceptar un sentimiento que tenía que morir en el anonimato. ¿Se sorprende? pues no lo haga, tuve que ahogarlo en el mismo momento en que en mí empezó a aflorar y en usted a morir.

Supongo que recuerda cuando me decía que entendía que no me gustase, que no era mi tipo. Cuan equivocado estaba. No soy mujer que se enamore de un físico. Me enamoré de la agitación con que provocaba mi mente. Empecé a admirarlo y creo que ese fue mi mayor error, se lo hice saber. Le dije que lo admiraba cuando empecé a saber más de usted, cuando empecé a conocerlo, cuando sus relatos, o “batallitas” como usted las llamaba, me hacían perder la noción del tiempo.  Fue cuando empecé a expresar tímidamente mis sentimientos. Aunque le mentí diciéndole que no se preocupase, que era una mujer fuerte y no me podía hacer daño. Que mi corazón estaba controlado, y usted, que nunca sintió lo mismo por mí, y que siempre me leyó entre líneas, no me creyó. Se empezó a alejar. Empezó a tomar distancia.

Usted sabía de mis miedos a perder el control. Soy animal de costumbres y me atemorizaba sobrepasar algunos límites, ya sé que eran límites impuestos por mí, pero eran mis seguridades ante la inseguridad de lo desconocido. Mi mayor miedo era perder la cordura, cosa que ya ha pasado. Ahora estoy sumergida en una tempestad de sentimientos que me llevan a la deriva.

Usted siempre me dijo que no, que no debía dejar de expresarme a mi modo, que con usted no había problemas, que le encantaban mis comentarios un poco fuera de honda. Mis limitadas provocaciones, sensualmente hablando, pero quizá fui un poco lejos al confesar, aunque muy tímidamente, lo que guardaba tan celosamente en mi interior. Me costó sacarlo, y creo que me equivoqué. En el arte de la seducción usted me gana por goleada y supo hacerme caer en sus redes. Imagino que al principio pensó que para mí sería un juego, igual que para usted. Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero soy intensa por naturaleza y aunque me costó dejarme fluir, lo conseguí. Así que cuando por fin empecé a desplegar mis alas, las abrí demasiado, y, como Ícaro, volé demasiado cerca del sol. Yo no tuve un Dédalo que me advirtiese que la cera se podía derretir y que quien quería que volase a mi lado, sería quien me haría perder el poder de volar.

Suya por siempre Clío.