En el interior del laberinto oscuro, intrincado, retorcido
habita la pantera.
La oscuridad la arropa y la ampara, mientras ella recorre el reino
de aquello que custodia, que late bajo su piel
y en lo escondido de mi ser.

Día tras día recorre, silenciosa, pasillos, caminos, canales, fosos y rampas.
No ruge, sólo mira con ojos que son flameantes destellos escrutadores,
ojos recelosos que custodian mi alma.
De vez en cuando salta.
De vez en cuando se deja ver, se revela terrible en medio de la penumbra
y salta.
Hinca sus colmillos y con furia despedaza.

Mi fiera interior no ruge, escruta, recorre y se agazapa.
¡Cuántos días contenida, corriendo como nunca
para gastar fuerzas!
Y una vez agotada, dejarse caer dormida en lugar de agazapada.

La pantera está desconcertada.
Ha perdido fuerzas, porque está desangrada y se pregunta cosas.
Valiosas respuestas le han sido reveladas,
pero ella ruge lamentos
porque quiere saltar
sobre sus justas presas y despedazar hasta no quedar nada.

Mi fiera interior está atada.
Cuerdas celestiales, invisibles, y sin embargo amadas
rodean su cuello
y no quiere quitarlas porque las ama.

Mi fiera interior tiene dueño,
su amor la amansa.
Aun así llora, porque ya no hinca sus dientes ni salta.
“¿Qué va a ser de mí?” piensa, callada.
Sus ojos centellean, pero hay dolor en su mirada.

“No me quitaré sus cuerdas así caiga muerta,
ni hincaré mis dientes si no le agrada,
soy pantera, soy libre, pero Él…
Él me ama”

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