En medio de una cálida y despejada noche de febrero, fue el brillo desmedido lo que hizo que Ezequiel resurgiera de su profundo sueño. Abrió los ojos y vio la presencia de una criatura con grandes alas plumosas y blancas, sentada en el fondo de su cama. La criatura, rodeada de una suave aura, sonrió. Fue entonces que pudo reconocer su rostro.
Ezequiel se sentó en la cama, no pensó que fuera una alucinación o un posible efecto secundario de haber bebido durante la noche, cuando los amigos lo habían llevado a regañadientes a la fiesta de disfraces de la carnestolendas del pueblo, donde había bebido más de lo necesario para olvidar que estaba allí. Era un hombre deprimido y objetivamente desafortunado, pero tenía un mínimo de optimismo y sabía que incluso en los peores momentos es razonable esperar ayuda, tarde o temprano. Para ello nunca tuvo la menor duda. Fue ahí que la vio, vestida de blanco, como una presencia divina. Lo observaba a distancia prudente y solo pudo pensar en la paz que le trajo ese momento. Entre tanto bullicio y locura, el tiempo pareció detenerse, teniendo como marco el confeti y las carcajadas. Entonces lo supo.
– ¡Finalmente! –Exclamó con el corazón lleno de alegría y su voz rota por la emoción – ¡Es una vida que te espero! ¡Tenía razón al creer en ti! ¡Incluso cuando todo era malo, sabía que llegarías tarde o temprano, para protegerme y ayudarme en mis problemas ahora que estás aquí, lo sé! ¡Pero, cuántas cosas tengo que decirte! Y finalmente eres tú, eres verdad, eres mi ángel guardián…
La criatura siguió sonriendo. Ella había permanecido en silencio mientras Ezequiel murmuraba. Cuando de pronto lo interrumpió, su voz era melodiosa.
– ¿Ángel? ¿Qué ángel? –Sus alas se volvieron progresivamente más oscuras, las plumas se convirtieron en piel negra y escamosa, los brazos se estiraron terminando en largas y amenazadoras garras.
El grito que lanzó Ezequiel fue lo último que hizo. El demonio terminó de sacarse su disfraz de carnaval, cogió a su presa y alzo el vuelo hacia la oscuridad…