“La luz es sólo, la sombra de Dios”
Albert Einstein.

Es la alegría de los hombres iluminados,
que viven cantando la gracia de ésta, hasta la muerte.
Es el preludio de la sombra.
Es la huella del lucero y el cometa,
un destello que ilumina la sombra de mis cejas
y se posa cuando te pienso, sin dolencias, como “estrella que no cesa”.
Tributo para el fuego en esta página hoguera
que pesa menos que mi ego y arde más que la madera.
La luz es el verso que no he escrito
Una patria, donde ondea sobre las sombras la libertad con su bandera
un remanso, cuando habito el valle prodigioso de tu vientre y tus caderas
colgado de una nube con lluvia generosa saludando primaveras.
Una convocatoria clara sin prebendas pardas
acopio luminoso de palabras, para que el verso prenda y arda.
Un paisaje con cielo lleno de guirnaldas,
tú y la luna en mi ventana; sin pudor y sin faldas.
La luz es un pájaro de alas blancas.
Cómplice altiva, provincia de las palabras,
testigo de edades memorables y caricias descarnadas,
refugio de soledades insondables
y memoria de noches con madrugadas desveladas.
Pobladora del vacío, las dudas y las entrañas.
La luz es el sístole y el diástole de una partitura
que sacude como sismo y le pone a mi cabeza calentura,
preludio ineludible de la palabra quemadura, palabra… que madura.
Un boquete tierno, que un rayo abrió en el campo raso de mi cuaderno.
Un parto luminoso del cielo, que aclara lo ceniciento del suelo con alas de pájaros sueltos.
Palabra libre, que rasga el velo del pensamiento.
Asueto de un Dios, dueño de la claridad que con humildad esparce y descombra,
de la que tú; luz, insolente te ufanas
sin saber que eres sólo, un dejo de su sombra.