Es sabido que cuando uno está solo comienza a encontrar buena la compañía de los muertos. Y no es casual. Hay en los muertos una cierta lealtad, un cierto sentido de la perseverancia que sólo puede explicarse considerando que cambiar de estado, y liberarse así de las malas compañías, no está dentro del campo de las posibilidades de un muerto.
Pese a ello, hasta los muertos pueden intentar huir de nosotros. Como sucede entre los vivos, muertos los hay de todas clases y algunos realmente se las traen. Tal el caso de los que prefieren estar junto al que los ignora, para ser reconocidos, pero desdeñan rotundamente al que muestra algún interés en ellos. Así que si alguna vez Usted pensó que llevarse con los muertos era sencillo… olvídelo. Hasta los muertos son complicados y hay que aprender a tratarlos.
En mi experiencia, un modo eficaz de congraciarse con ellos consiste en apelar a su ego. Por lo común, el ego de un muerto está mancillado. Para entender el porqué, baste con pensar que es de uso llamarlos “difuntos”, palabra que etimológicamente significa “retirado de sus funciones”. Para ser un eufemismo, se trata de una palabra considerablemente hiriente, al menos si la evaluamos desde la perspectiva del muerto. Suficiente tiene el muerto con estarlo para que, encima, se le recuerden las funciones que ha dejado de desempeñar.
Por tanto, apelar al ego de un muerto es una empresa simple y que, por lo demás, complementa sin sobresaltos la natural afición del ser humano por idealizar aquello que anhela y no posee. Digo “sin sobresaltos” porque cuando el objeto del anhelo es un vivaz congénere, sostener la idealización representa una ardua, cuando no, imposible tarea. Él o ella están en el “aquí y ahora”, empecinados en demostrar cuan poco tienen que ver con la imagen que de ellos pretendemos formarnos. En cambio: ¿qué más puede ambicionar un muerto que ser recordado sólo dotado de virtudes?
Es cierto que lo anterior funciona bien fácil respecto de muertos que no hayamos conocido personalmente. Pero, ante la necesidad y con un poco de esfuerzo, también puede intentarse respecto de alguno con el que hayamos recorrido parte del camino de la vida. Ahí el éxito dependerá del poder de idealización del viviente y de las características morales del que ya no está “entre nosotros”.
Ahora, si me pregunta, considero prospecto muy aceptable aquel con el que se ha establecido un vínculo “personal” no habiéndoselo conocido en vida. El caso paradigmático es el de los que llamamos “antepasados”, particularmente aquéllos que están dos o tres ramas por encima (o por debajo, como se prefiera) de nuestro lugar en el árbol genealógico. Ni más cerca, ni más lejos. Pero el óptimo sería, a mi entender, aquel que no ostentando vinculación familiar alguna, ha llamado nuestra atención, dando lugar a un sentimiento de apego. Pensemos en un desconocido ubicado ante nuestra vista, mirándonos a través de una foto vieja o del marco de un cuadro. ¿Qué mejor sujeto para la idealización que ese?
Una advertencia final. Que su soledad le haga atractivo el relacionarse con los que ya han “pasado a otra vida” (aquí tenemos otro eufemismo, menos hiriente quizá) eso no quiere decir que el sentimiento sea recíproco. Por regla general, los muertos han logrado vivir su vida y, por tanto, se hallan mejor con los de su misma clase.
El que está sólo es Usted, no ellos. El que no logra vivir su vida es Usted, no ellos. El que no puede relacionarse con sus pares es Usted, no ellos. Y si bien puede darse que alguno se deje dominar por la piedad, la mayoría prefiere estar con los suyos más que con nosotros.
De modo tal que, salvadas las honrosas excepciones, si Usted se encuentra con que alguno se ha encariñado y disfruta demasiado de su compañía, desconfíe. Es probable que el sujeto no sea quién dice ser.
Para que Usted dé crédito a mis palabras, le confieso. Yo mismo tengo uno sospechoso, al que ya no le dirijo la palabra. Comencé a dudar de él cuando noté que ni falta hacía que lo ensalzara para que se sintiera bien conmigo. No importa qué dijera ni cómo lo tratara, el tal me seguía a todas horas y a todo lugar.
Es más, aún me sigue.
Así que aquí estamos. El sólo y yo mal acompañado, esperando que mi experiencia le sirva a Usted de algo.