Llenito de impotencia, con un oh en los labios y los ojos como platos siguió con la mirada al móvil mientras desaparecía bajo las aguas teñidas de azul profundo. Ni en un millón de años podría convencer a Sonia de que se le había caído por la borda mientras trataba de sacarle una foto a Clara durante la travesía. Todavía se le ponía el vello de punta al recordar lo que pasó la última vez que tardó un par de horas en devolverle una llamada perdida. Ahora podría repetirse la historia y no deseaba pasar de nuevo por el mismo trance.
—Sonia, por favor, tranquilízate que no es para tanto. —Se mostró conciliador a pesar del tono con el que ella le habló—. Todavía estamos a siete, acordamos que hasta el quince no regresaría. No te preocupes, estaré allí para cuando me necesites.
—Tú eres mi empleado las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. ¡No te olvides! No me importan los días libres ni las vacaciones. Ya sabes, si no te gustan mis condiciones búscate otro bufete con un jefe menos exigente que yo. En el mío las cosas se hacen a mi manera.
Sin embargo, ella estuvo inflexible en aquella ocasión y la odió como nunca por ese motivo. En el fondo no creía haber hecho nada malo. Aún así le costó varios meses de peloteo conseguir que dejara a un lado el incidente. Se las hizo pasar canutas sin tener en cuenta todo lo que él aportaba al despacho.
Las cosas no habían cambiado mucho a pesar del tiempo transcurrido. Cada vez que faltaba unos días montaba un drama hasta el punto de que esta era la primera vez que salía de vacaciones con su mujer en un lustro. Eran sus bodas de plata y lo celebraban con un crucero.
—¡Ja, ja, ja…! —A pesar de la pérdida material que acababan de sufrir Clara no podía parar. Llevaba demasiados años reprochándole a su marido que viviera esclavizado por su smartphone y de que dedicara más tiempo a su jefa que a ella como para no tomarse a risa lo que acaba de suceder—. ¡Ja, ja, ja…!
—¡Estás loca! ¿Por qué te ríes? ¡No sabes cómo me lo hizo pasar aquella vez! —En clara referencia al incidente—. No tengo ganas de que la tome conmigo de nuevo.
—Ja, ja, ja… ¿Pero no te acuerdas? Ja, ja… —Los grandes ojos se le achinaron y tuvo que secarse las lágrimas que ya le rodaban por las mejillas—. ¿Pero de verdad que no te acuerdas de que llevas jubilado dos semanas y tres días?
Entonces el se quedó parado durante unos instantes mirando a los ojos a su mujer y al cabo de unos segundos reaccionó uniéndose a la fiesta.
—¡Ja, ja, ja…! Lo siento, amor. Tú tampoco necesitas esto— dijo mientras le arrancaba el teléfono de las manos sin parar de carcajearse y lo arrojaba al mar junto al suyo—. ¡Ahora por fin estamos solos tú y yo!

[inbound_forms id=”2084″ name=”Apúntate al taller de novela y relatos online”]