Cuando despertó, todavía estaba allí. Sus gruñidos infernales rasgaban el silencio de la madrugada y le hacían perder todo el atractivo que viera en él la víspera. Incluso sus rasgos armoniosos quedaban deslucidos por esa atmósfera llena de estruendos generada a ritmo de ronquidos. La línea de la mandíbula, que ahora se agitaba desdibujando su perfil con cada resuello, ya no parecía tener esa solidez que le había resultado tan irresistible y sus ojos de mirada seductora, entreabiertos por el perturbado sueño le daban cierta grima. Era ella la que había insistido en que la acompañara a casa, pero se arrepentía. Para una vez que se decidía por un “aquí te pillo, aquí te mato” le había salido el tiro por la culata.

Dio unas cuantas vueltas más en la cama, se levantó y salió a la terraza. Apartó el libro que había sobre la tumbona y de él cayó un billete de avión que le recordó el último viaje que había hecho con Marc, su ex. Era verdad que el hombre que invadía su cama —y peor aún sus oídos— se le parecía, al menos en el físico. Aunque estaba segura de que no resistiría una comparación más seria. Le pasaba siempre. Cada nueva pareja tenía que confrontarla con Marc y hasta la fecha ninguna había pasado el examen. Él y solo él era “el hombre de su vida”. Y si seguía sola era porque en el fondo no quería a nadie más junto a ella.

¿Pero cuál fue la razón verdadera de la ruptura? No conseguía recordar ninguna de suficiente peso. Tampoco quién dio el primer paso. Ni una discusión, ni una palabra más alta que otra. Un día dejaron de llamarse, de verse. Punto. Comprendió que era culpa de ella, al menos en parte. No había luchado lo suficiente. Ahora lo sabía y de eso también se arrepentía.

Su mente, más despierta de lo que ella hubiera deseado en una hora tan intempestiva, volvió otra vez al incómodo invitado. Había sido divertido, lo había pasado bien durante un rato. Eso sí, el rato había sido muy corto porque ya se había cansado de su presencia y le molestaba. Le vino a la cabeza esa frase tan manida: “fue bonito mientras duró”. Lo suyo había durado apenas unas horas. De récord.

Entonces su pensamiento volvió a Marc. ¿Sería posible que se dieran otra oportunidad? ¿Él querría? Si no lo intentaba nunca lo sabría. Se levantó con decisión y en dos zancadas se plantó otra vez en la alcoba.

—¡Eh, tú! —gritó zarandeando de manera abrupta al intruso—. Te tienes que marchar. ¡Ahora! ¡Ya!

El hombre no opuso resistencia. Se vistió con el fardo de ropa que ella le había alcanzado y aprovechándose de que todavía andaba medio adormilado lo sacó de la casa antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba. Luego, ya sola en su cama, mandó un wasap a su ex: «Te echo de menos. Llámame».

Por fin pudo dormir tranquila.

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