Me adentro en el verde mar de tus ojos
traspasando sin esfuerzo tus pupilas,
y me remonto a esos lejanos días,
esos, en los que tu y yo, tan solo

hacíamos que buscarnos el uno al otro.
Eran días de juegos y de risas
en los que tú, sin querer, descubrías
los secretos de mi cuerpo de mil modos.

Mi piel, antes aletargada y dormida
comenzaba lentamente a despertar
de ese sueño de la infancia, ya perdida,

al son que marcaban tus caricias,
aún torpes, todavía por ensayar.
A veces… ¡Qué nostalgia siento de esos días!