Bajó del avión a media tarde, estaba previsto que llegase en un vuelo anterior pero no pudo ser, su jefe, siempre tan exigente, no la dejaba marchar dándole las últimas instrucciones.

El hotel estaba abarrotado, no había pensado la época del año que era, carnaval, y en Venecia, lo que faltaba, “bueno”, pensó, al toro por los cuernos.

—¿Me pedirá un taxi?

Signorina, esto es Venecia, il Vaporetto hoy no está en servicio y un Traghetto será complicado encontrarlo.

—¿Cómo se supone que debo llegar a mi destino?

—Disfrute, signorina, hoy no es día de trabajo, es carnaval —contestó sonriente el recepcionista entregándole un antifaz rosa rodeado de plumas.

Salió del hotel esbozando una sonrisa, le habían dicho que los italianos se parecen mucho a los españoles, desde luego, a ninguno le molestaba una fiesta de más, pues a ella sí, sería su sangre medio alemana. Cogió el maletín y empezó a caminar por el trocito de mini acera que bordeaba el canal, una góndola se paró, el gondolero le dijo que si quería la llevaba, que al pasajero no le importaba, se quedó pensativa un momento, pero al final accedió, tenía que llegar a su destino, no es que la esperasen con urgencia, pero no le gustaba perder tiempo, tenía que reorganizar una empresa, cuanto antes mejor.

Le dio un poco de reparo, el caballero en cuestión iba disfrazado y no dejaba entrever su aspecto, ella era desconfiada, pero en ese momento no se lo podía permitir. Subió, el personaje se levantó, la ayudó y besó su mano con afectado gesto.

Las plumas del sombrero la hicieron estornudar, pero el personaje no abrió la boca, por un momento pensó que era mudo, ella con su pobre italiano le dio una tarjeta con la dirección a la que se dirigía, Arlequín, fue el nombre que le puso mentalmente, ya que iba vestido de blanco y negro, se la dio al gondolero asintiendo.

Después de un rato surcando las cenagosas aguas del canal, la góndola se detuvo ante lo que parecía un palacio, se hacía oscuro, pero aquello no se parecía en nada al lugar donde debía ir.

Hanno arrivato a suo destino—dijo el gondolero.

—Perdone, este no es mi destino —exclamó Emma.

Nadie pareció hacerle caso, Arlequín bajó y le tendió la mano ayudándola a ella.

El corazón le palpitaba acelerado, se resistía a entrar pero al parecer no le quedaba más remedio.

Abanti, signorina.

Entró en un salón iluminado por enormes lámparas, una orquesta esperaba la orden para ejecutar sus piezas y un camarero apareció con una bandeja con sendas copas de champán.

—Relájate, trabajas demasiado, esto es una muestra de lo que vales para la empresa —dijo Henry sacándose la máscara—, no es nada, comparado con lo que vales para mí.