El jolgorio exterior le impedía concentrarse en su desdicha. Siempre había detestado las manifestaciones populares de alegría. No le gustaban las fiestas o acontecimientos donde se concentrara mucha gente porque la falta de espacio le provocaba una sensación de asfixio. Le repugnaba sentir el aliento de los demás en el cogote o el hedor que desprendían los cuerpos sudados. Entre todas ellas sentía una especial repulsión por el carnaval. Una celebración que, además, sumaba el exceso, la locura, el vicio, el desenfreno, la burla, las borracheras, la indecencia, la perversión, etc.

Sus defensores —no creyentes— decían que se trataba de una explosión descontrolada de felicidad, una respuesta a la contención y al sometimiento del crudo invierno, un anticipo de la esperada primavera. Con ella llegaba también la luz, la alegría y las ganas de vivir intensamente. Era el momento del cuerpo y no del alma. El imperio del desnudo y la lujuria. La libertad absoluta.

Él consideraba que todo eso eran bobadas porque no se hacía a cara descubierta. Siempre había creído que la gente se ocultaba el rostro porque ni una vez al año se atrevían a mostrase tal y como deseaban ser. «Una exaltación de la hipocresía», decía a quien le preguntaba el motivo por el cual nunca se disfrazaba o se ponía un antifaz. «Eres un aburrido y un amargado», le contestaban.

No les faltaba algo de razón. No recordaba la última vez que había sonreído. Seguramente fue justo después de la pubertad, cuando comprobó en su propia carne la crueldad de los humanos. Cuando descubrió que el mundo infantil era como el carnaval: irreal y efímero. Había olvidado cómo se sonríe.

Tampoco de adulto encontraba motivos para cambiar esa dinámica, pues las desgracias se le acumulaban. La última se la habían comunicado hacía un par de días y lo tenía sumido en la melancolía. La jarana que le llegaba de la calle no ayudaba a calmar su desesperación. No soportaba que otros estuvieran tan contentos mientras él se ahogaba en la tristeza. Ellos celebran con júbilo el futuro inmediato, mientras que a él le acababan de comunicar que no hiciera planes. Se vio a sí mismo con un disfraz de esqueleto completo. «Eso es lo que soy ya: un cadáver».

De repente se dio cuenta de que, en realidad, hacía tiempo que iba disfrazado de muerto entre los vivos…o ¿era de vivo entre los muertos? Esa ocurrencia le desencadenó, después de décadas, un torrente de carcajadas. No podía frenar. Lloraba y convulsionaba sin control, estaba cerca del colapso. Pensaba en las agujetas que todo ese movimiento le provocaría al día siguiente, pero no lo hubo.

Por Meco JC