Todos se miraron mientras un profundo silencio intentó delatarme. Emití una sonora carcajada y comencé a explicarles con lujo de detalles como había logrado un traje tan original. Creo que debí convencerlos porque sin terminar mi alegato ya me habían invitado a unirme a su grupo. Este era el quinto año consecutivo que lograba hacerlo. Como todos los años me colé en un grupo que esta vez era muy numeroso. Había descubierto un mecanismo mas de sobrevivencia, y este consistía en unirme a una juerga que ajena a mi verdadera condición de indigente celebraba por todo lo alto la originalidad y autenticidad de mi disfraz, a cambio de comida y bebida gratis. Por eso odiaba con todas mis fuerzas el carnaval, porque lejos de reportarme alegría y liberación de emociones me afianzaba en el amargo y penoso vestido que me había impuesto mi desgraciada vida. Pero en esta oportunidad  un detalle aparentemente inofensivo me sobrecogió, en aquel grupo detrás de un antifaz, una mirada profunda y negra erizó mi curtida piel, sin embargo la marea humana exultante de purpurina y maquillaje me arrastró y me dejé llevar, y pronto yo también cantaba y bailaba como todos, olvidando momentáneamente aquella espeluznante mirada. Entrada la noche que ya se preparaba para dar paso a la madrugada me volví a topar con el antifaz de la mirada profunda y negra, me había seguido y había descubierto mi escondite de miserable pordiosero, entonces supe que el o ella al igual que yo escondía su verdadera identidad en el carnaval. Entre sus puntiagudas uñas que mas bien parecían garras una afilada navaja brillaba en la oscuridad de la noche.