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“El inspector Tontinus y la nave alienígena”, de Avelina Chinchilla
“Botas de hule”, de Arturo Ortega
“Mar de sueños azules”, por Mar Maestro.
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La inesperada llamada entró pasadas las doce de la noche. Siempre había temido recibirla. El destino hasta ahora le había respetado. Se encontraba a muchos kilómetros de distancia, pero la sintió como si estuviera allí donde había sucedido.

«Uno nunca está preparado para recibir una comunicación como aquella», pensó. Y mucho menos cuando ya lo había vivido casi todo. Había puesto en riesgo su vida en innumerables ocasiones y siempre pudo salir airoso de todas ellas. Su salud parecía inexpugnable para las enfermedades. Tenía el corazón curtido y preparado para todas las adversidades, tanto físicas como emocionales. Siempre había burlado todos y cuantos peligros lo acechaban. Pero aquello era diferente. Imprevisible. No había vivido nada igual. Nunca nadie le contó algo semejante a lo largo de sus innumerables viajes por todo el planeta. No existían libros ni cursos que orientaran sobre cómo afrontar una situación como aquella.

—¡Tienes que venir!
—Ahora no puedo. Estoy ocupado.
—No te resistas.
—¿No tienes a nadie más para hacerlo?
—Solo tú puedes hacer esto.

Sentía el frío metido en el cuerpo a pesar de estar en pleno mes de agosto. Durante el viaje de regreso tuvo tiempo de repasar toda su existencia. Él consideraba que el balance era positivo. Se acordó especialmente de las personas que había amado y de aquellas que había dejado por el camino. Sonrió al recrear el nacimiento de sus cuatro hijos. Eran de diferentes mujeres y con todos ellos realizó el mismo ritual: los cogía en volandas, los miraba fijamente a los ojos y les decía:

—¡Bienvenido! ¡Vive intensamente sin pensar en el futuro!

Ahora le tocaba pasar por el peor trance que un ser humano se podía imaginar. Cuando llegó al hospital el doctor y un siniestro señor uniformado le acompañaron a la habitación.

—Tienes que reconocer el cuerpo.
—¡No estoy preparado!
—¡Es el momento!
—Nadie me dijo que sería así.
—Nadie ha vuelto para explicarlo.
—Pero es muy cruel.
—Te lo dijimos al principio de todo.

Todavía era de noche, pero allí dentro había un exuberante resplandor que procedía del cuerpo que estaba tumbado sobre la cama. Le costó adaptar la vista a aquella luminosidad. Se frotó los ojos varias veces y pudo comprobar que nadie se había confundido. Que no se trataba de un error. Se confirmaba que quien yacía allí era él.

Vio cómo el doctor lo cubría con una sábana. Entonces dirigió la mirada al guardián que lo había llamado. Su aspecto ya no era humano. Se retiró la capucha que llevaba y el rostro calavérico le dijo:

—Nadie sale con vida de este maldito viaje.

MECO JC

 

 

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