Primero de año. Ilusiones,  deseos, metas y fines apuntados en el nuevo calendario.
Marta  sentada en su butaca  se mira en el espejo, buscando más allá de su propio reflejo, el de su rostro cuando traspasa esa superficie, se da cuenta del paso de los años y piensa, tampoco se ha avanzado tanto, cuando nuestras mentes siguen teniendo las mismas preocupaciones que hace 2017 años. El gran regalo de la vida, se va poco a poco.
El tiempo no enseña, nos enseñan  las heridas, el dolor, que dejan huella cuando nos hieren con lo efímero, que nos come la vida sin aceptar que ya no es, ni volverá a ser lo que fue. Recordaba ese tiempo en que nada podía cambiar sus ideas y cuanto más utópico más rebeldía para distanciarse de aquello que no quería. El tiempo se llevaba aquello por lo que lucho, todo dejaba de tener sentido, en un tiempo inverso al que marcaba el reloj, la realidad repitiendo modelos molestos. El tiempo entierra aquello que ha dejado de ser, por dejar de soñar y se pregunta si habrá sido suficientemente valiente para  dejarlo atrás.
Marta despierta de su mundo ausente . Mira el reloj. No es un día normal. Hoy es nochevieja . Qué hace allí sentada con los tacones en la mano? No consigue ninguna respuesta. Se pone los zapatos, abre el cajón de la cómoda, saca la pluma y escribe:

No morimos por vivir, vivimos hasta morir por vivir.

Y entre paréntesis escribe

(¡VIVE !)