Sin brío y con desgana, observando impasible esos mismos ojos cada mañana, los suyos. El reflejo del espejo no era su mejor aliado, en el encontraba una nueva arruga, una nueva imperfección en lo que en su día fue una piel nívea y luminosa, sus ojos perdieron su brillo espectacular y dejaron de sonreír, el hastío era perceptible a cada paso que daba, todo en ella era mecánico, levantar, recoger, desayuno y a trabajar.
Encendió el ordenador y se adentró en el frío mundo virtual, vio abrirse la ventanita del chat, ella nunca hablaba, pero esa vez, sí. Y sonrío.