El sábado fuimos a ver la última de Drácula: la leyenda jamás contada dirigida por Gary Shore y protagonizada por Luke Evans. Si te soy sincera esperaba otra cosa. A Severino le gustó mucho. Pero no voy a hablar de Drácula sino de lo que ocurrió luego, al salir del cine, después de dejar a mi amigo en su casa. Eran las doce de la noche, aproximadamente. En la radio de mi coche sonaba una canción que me sube arriba el ánimo. Le di caña a los altavoces, desde entonces no suenan bien.
En la nacional trescientos cuarenta se me apareció, en el arcén, una chica de no más de veinte años. Morena, pelo largo y alborotado. Iba descalza, su vestido estaba hecho jirones. Me quedé mirando su cara unos segundos. Revueltos con lágrimas los mocos le caían a caño tieso. Los enjugaba con la muñeca de su mano desnuda. El rímel corrido y los ojos inyectados en sangre. No frené. Conduje uno o dos kilómetros más y aunque la radio seguía funcionando la música dejó de sonar en mi cabeza, en su lugar iba y venía la cara de aquella niña, la soledad de la carretera, la oscuridad de la noche y el miedo que sentiría yo de ser ella. Algo me hizo dar la vuelta. Detuve mi coche a su lado. Ella se asomó por la ventanilla, recelosa, al ver quién era yo, liberó un suspiro y me pidió ayuda. Bajé el volumen de la radio. Abrió la puerta y tomó asiento “me he cortado con una copa de cristal” – mostró la palma de su mano ensangrentada. Le di un paquete de clínex y la botella de agua que Severino no había utilizado, la bebió de un solo trago ¿Quieres contarme lo que ha ocurrido? -Pregunté con interés. En su estado no creí que pudiese hablar pero me equivoqué, dijo que se llamaba Ceni Ceres “La nueva pareja de mi padre me llevó a una fiesta, era el cumpleaños de “El Príncipe blanco” me dijo que sólo tenía que portarme bien, ser agradable y simpática y hacer todo lo que me ordenasen. Había gente mayor, muy fea. Después de la cena empezó el baile, la música no me gustaba. La gente se reía de forma ridícula, a carcajadas, parecían pavos y gallinas cacareando. No dejaban de beber copas y otros licores. Había chicas de mi edad, de esas que salen en las revistas. Sus vestidos eran muy bonitos, luego se quitaron la ropa. Los hombres también. El príncipe blanco se empeño en darme la lata toda la noche. Su aliento olía a alcohol. Me dijo que se casaría conmigo, que yo era su princesa. En cuanto vi una oportunidad salí corriendo, tropecé en uno de los escalones, perdí los zapatos y se rompió en mil pedazos la copa de cristal que llevaba en mi mano”.
Sin dejar de conducir, escuchaba la historia que no me entraba en la cabeza del mismo modo que intentaba comprender el tipo de mujer que hace cosas así “Esto sí que es una madrastra y lo demás son cuentos” En la ventanilla de urgencias del hospital donde la llevé me hicieron un millar de preguntas que no supe responder “Si yo supiera solfear no sería cantante” -dije, no podía ser más clara. Hasta el moño del tipo aquel que decía que la policía estaba en camino, subí en mi coche y salí del cuento que se estaba convirtiendo en mi pesadilla porque “todo tiene, por lo menos un par de límites”.

(Sandy Torres Enero 2015)