Destapé el champán y lo volqué sobre su pecho, lo hice correr por el ombligo, la entrepierna, lo esparcí sobre toda su piel. Lo bebí sorbo a sorbo, sin dejar un mínimo resto, sin perdonar un hueco ni una curva.
Por la mañana ella me pidió que otra noche repitiéramos el rito. Y aquí estoy, esperándola, sin poder recordar qué hice cuando terminé la botella.