El mismo día que se celebraba la fiesta de disfraces en casa de la condesa por la noche, como ocurría siempre con la llegada del carnaval, Manolo se acercó a la ciudad para comprarse un disfraz.
Después de pasar más de una hora probándose disfraces y mareando a una joven dependienta. Se decidió por un disfraz de época: pantalones negros con un esmoquin que cubría una fina camisa blanca, y un sombrero de copa, del que colgaba una máscara que ocultaba parte de la cara, ideal para no ser reconocido.
Manolo llegó bien entrada la noche. Tras dejar su esmoquin al mayordomo, entró en el amplio salón. No podía esconder una fina sonrisa que apareció en su rostro cuando contempló a toda la clase alta. Muchos de los asistentes también habían elegido un disfraz que, de algún modo, no dejaba ver su rostro.
Su gesto torció serio cuando divisó a la viuda rica en la que se había convertido la condesa. Sin más tardar se dirigió hasta ella, tenía un propósito esa noche y quería cumplirlo.
—Bonita fiesta, —dijo al tiempo que cogía la fina mano de la condesa y la besó—. Lleva un disfraz muy elegante.
La condesa no pudo ocultar su sorpresa y de manera tímida esbozó una sonrisa y ladeó su cabeza. Ante ella, tenía un hombre, que pese a su antifaz, parecía ser atractivo.
—Bienvenido, —dijo al fin—. ¿Me dejarás ver tu rostro por ser la anfitriona?
De algún modo, aquel hombre le resultaba familiar, y no sabía muy bien porqué. De su interior creció la curiosidad de saber quien era aquel hombre.
—No. Aún queda mucha noche. ¿Le apetece una copa? —Dijo aprovechando que pasó una camarera portando una bandeja y varias copas.
La condesa sonrió y asintió aceptando la invitación. Necesitaba estar con aquel hombre para saber de quien se trataba.
El tiempo pasaba mientras hablaban y bebían. Sin darse cuenta, se habían alejado del resto de los invitados. En un momento dado, la condesa pilló desprevenido a Manolo y lo besó. Este sonrió, la cogió de la mano y la guió hasta el gran dormitorio de la atrevida mujer.
—¿Parece que ya has estado antes aquí? —Manolo no respondió, empujó a la condesa, que cayó sobre la cama y sin dudarlo se abalanzó sobre ella.
Después de hacer el amor, la condesa se quedó dormida, momento que Manolo aprovechó para quitarse la máscara, hizo una foto y la envió al móvil de la anfitriona antes de salir y desaparecer.
Manolo, el antiguo chófer de la condesa, había conseguido así vengarse. Una semana atrás lo había despedido ridiculizándolo, quedando en el olvido la ayuda prestada para deshacerse de su marido.