Teshla era una pequeña ciudad perteneciente a una rica comarca situada a los pies de una gran montaña. Su calle principal estaba llena de establecimientos que cubrían las necesidades de sus habitantes.
Luna era una de sus convecinas. Vivía intentando hacer realidad sus sueños. Tenía la ilusión de poder compartir con alguien especial todo aquel amor que sentía dentro de ella.
Luna regentaba una frutería. Cada día al amanecer iba al mercado a por la mercancía que posteriormente vendía. Elegía la fruta con esmero pensando siempre en las necesidades de sus
clientes, para ella era primordial ofrecer siempre lo mejor.
Un día montaron otra frutería frente a la suya. La nueva tendera ofrecía la mercancía poniendo stand en la puerta de la tienda. La pregonaba a voces. Dejaba que los clientes tocasen la fruta, la metía por los ojos de los posibles compradores y la clientela de Luna fue cambiando de establecimiento. Luna sufría. Le dolía ver como sus clientes de siempre la abandonaban simplemente por el hecho de que había que entrar en su tienda para ver lo que les ofrecía. Una mañana, llegó un extranjero que entró en su establecimiento y compró fruta. Luna extrañada le preguntó:
•¿Por qué no ha ido a la frutería de enfrente?, allí todo es mas llamativo, la gente va a ella, no se quieren molestar en entrar a mi tienda a ver lo que les puedo ofrecer -le dijo conlágrimas en los ojos.
•Todos ven lo que aparentamos, pero pocos pueden ver lo que en realidad somos. Hay veces que merece la pena entrar en el interior, la fruta es de mayor calidad y más dulce. La belleza no está en el físico donde todos buscan, sino en el corazón donde pocos saben llegar -apuntó mirándole a los ojos-. Y sonríe, sonríe hasta cuando tu corazón llore, sonríe porque nunca sabes quien se puede enamorar de tu sonrisa. ¡Ah!, y no permitas que tus miedos sean más grandes que tus sueños -dijo ya saliendo de la tienda.
Una gran sonrisa se dibujó en la cara de Luna.