Vivo en una gran ciudad. Poco importa que sea París, Nueva York o Madrid. Lo que voy a contar es común a todas ellas. En éstas ciudades hay un concepto que la gente maneja a diario: “ir con la hora pegada al culo”. Creo que se entiende, pero si alguien con el ritmo de vida más tranquilo me lee y no termina de visualizarlo, les contaré que es esa sensación de no terminar de ver claro si te vas a retrasar o no en llegar a algún sitio. Una frontera difusa en la que el tiempo que te sobra está delante de ti pero el que te falta ya te anda pisando los talones. Produce cierta angustia cuando es un compromiso ineludible. El más habitual es la hora de entrada al trabajo.
Una calcula la hora de salir de casa en función de lo que se tarde en llegar al centro de trabajo. Hay que coger el autobús, después el metro y, por último, otro autobús que suman hora y media de trayecto.
Bueno, ya sé que algunos viven a cinco minutos del curro, pero eso en una gran ciudad, es un lujo al alcance de unos pocos.
La perversión del asunto consiste en que, sabiendo que necesitas ese tiempo mínimo para llegar a tu hora, no planificamos el horario de salida concediendo un margen a los imprevistos. En realidad si lo hacemos, al menos mentalmente, pero son como las promesas de dejar de fumar o de adelgazar, y los elementos se nos vuelven en contra.
Y es que los urbanitas tenemos un gen optimista que nos descarrila cualquier buena intención del día de antes porque aunque vayamos viendo que la hora comienza a pegarse a nuestro culo, somos optimistas por naturaleza y pensamos que nos va a dar tiempo. Y hay mil cosas que pueden pasar en el trayecto y que nos retrasen: un atasco, una huelga, una manifestación (si, aquí se manifiesta todo dios y nosotros nos las comemos con papas). Nosotros nunca pensamos en esto, es más, confiamos en tardar menos que ayer como si el metro de hoy tuviera alas como las compresas y echase a volar acortando los tiempos. Como un amigo mío diría…
– ¡Eso va a pasar por los cojones!
Y ahí que vamos, como pollos sin cabeza, optimistas y confiados mirando continuamente el reloj, y todo, por apurar la hora de salida. Porque esos si, antes de salir de casa, parece que el tiempo es de chicle y tiende a estirarse.
Suena el despertador y das media vuelta pensando.
– “Cinco minutos más… voy bien de tiempo”.
Pero los cinco minutos nunca son cinco sino diez o más. Al final terminas dando otra cabezadita de la que te levantas sobresaltada.
– “¡Hostias… son y veinte!”
Total, que te has pegado una “sobada” de quince minutitos de nada y ya vas algo “pillada”.
Es el momento de centrarse y calcular.
– “Vale Luisa… tranquila, no pasa nada. A “en punto” estás saliendo por la puerta sin problemas… Voy bien de tiempo”.
Así que una vez auto consolada, te metes al cuarto de baño a dejar el kilo y medio de legañas en la ducha. Pero esa ducha matutina es ladina y traicionera y te tiende mil trampas porque entras pensando que son cinco minutos y ¿adivináis?… pues sí… ¡Bingo para el caballero del fondo!…nunca son cinco minutos. Primero es esa agüita tan placentera que da gustito que te resbale por todo el cuerpo. Después viene el enjabonado con ese champú especial de hierbas esenciales que me recomendó mi amiga Puri. Que conste que cuando me lo recomendó (y conociéndola) creí que lo de las hierbas esenciales era porque estaba fabricado con marihuana. Pero no, resulta que son todas hierbas “muy decentitas” (manzanilla, romero, espliego, hierbaluisa y cosas así).
Total, que cuando te has enjabonado bien y te has aclarado llega el turno del acondicionador del pelo (que una no va a salir a la calle con los pelos de cualquier manera). En fin, que sales de la ducha más tarde de lo previsto. Enchufas el secador y a secar la cabellera. Y estás tan relajada y tan bien que no te has acordado del reloj hasta que te entra el whatsapp del pesado de las siete menos veinticinco. Miras y es una fotito de un cachorrito de Golden que cuando la agrandas esconde al negro del whatsapp… ya me entendéis. Total, que mientras te acuerdas de su santa madre (que no tiene la culpa de tener un hijo tan capullo) te das cuenta de que son menos veinte.
– “¡Hostias, joder!… ya voy mal de tiempo”.
Así que, cambias el plan. No desayunas en casa, tomarás una pulguita en el descanso de las diez en la cafetería. Ahora te centras en saber qué demonios te pones hoy, porque no te vas a poner la falda blanca (ni la larga, ni la azul, ni la de vuelo, ni la de colores, ni la…) con la blusa que te regaló tu madre para tu cumpleaños….una tortura elegir la ropa (y el tiempo sigue corriendo amigos…). Al final te decides por unos jeans ajustados que te hacen buen culete y una camiseta ajustada de los Stones (que una cumple años pero sigue vistiendo como cuando iba al instituto)¡Divina de la muerte!
En un arranque de optimismo se te pasa por la cabeza que te da tiempo a maquillarte, pero lo desechas de inmediato.
– “Mejor no, Luisa. Una sombrita de ojos, un poquito de eye liner y, ya si acaso, me doy un toque de colorete en los pómulos en el bus y me pinto los labios. Así gano tiempo.”
En fin que sales por la puerta con muchos apuros pero a “en punto” y mientras bajas en el ascensor vas pensando que si tienes suerte y el bus de las ocho y cinco no se retrasa… vas bien de tiempo.
Pero claro, el citado autobús se retrasa cuatro minutos. Vosotros, los que no estáis sometidos a la tiranía del reloj pensaréis de manera ilusa que cuatro minutos no es tanto, pero si lo es, porque eso te puede impedir llegar a menos cuarto a coger el metro y, una vez que comienzas a acumular retrasos en los trasbordos el tiempo se te echa encima.
En fin, subes al autobús, mirando con disgusto al conductor y te vas pintando los labios sin hacer caso a la mirada del caballero de enfrente cuya imaginación ya le está haciendo levitar dos palmos del suelo.
– “Bueno, tranquila, con suerte no pillas el autobús del colegio y ese tiempo que te ahorras”.
Y, por fin, una buena noticia: ni rastro del bus escolar. Eso te hace ganar un tiempo precioso. – “De puta madre… voy bien de tiempo. Por cierto, ¿qué coño mirará el caballero éste? ¿Pero se ha mirado la facha? …no se ha hecho la miel para la boca del asno majete”.
Siguen las buenas noticias y no hay atasco en la general y vuelves a recalcular el tiempo.
– “Son menos cuarto… o sea que a las nueve en punto estoy en el metro… voy bien de tiempo.”
Hay veces que los astros se alinean a favor y cuando llegas a una estación el metro está llegando y tú, a la carrera con tacones y todo, lo coges a tiempo. Y en esos momentos sientes una especie de bienestar como si te hubieras fumado uno de esos cigarritos que le gustan a Puri.
– “Perfecto, en quince minutos estoy en el curro… voy bien de tiempo”.
Total, que llegué a buena hora ¡Siete minutos antes! Y en esos momentos aprecias más los minutos clandestinos que le arañaste al reloj en la ducha, en la cama o eligiendo vestuario.
Y tan abstraída y feliz iba que al cruzar la calle no vi el Opel Corsa robado que se saltaba el semáforo. Y aquí estoy, acompañada por los tres delincuentes que después de atropellarme se incrustaron contra la hormigonera, esperando que San Pedro nos de turno para contarle nuestros pecados a Dios. Lo único que me consuela es que al precipitarme dentro del coche como un saco de patatas golpee con mi trasero la cabeza del conductor, desnucándolo en el acto (y ese es un pecado que no me cuenta porque ya estaba muerta).
En fin…supongo que ahora si voy “bien de tiempo”. No me esperéis a comer, me da en la nariz que aquí voy para rato. Esto funciona peor que el ambulatorio de al lado de mi casa.