El Rama, martes 16 de febrero de 1982, 10.12 a.m.

Isabela e Irune descargaron los enseres a la entrada de la casa que el Frente Sandinista les había cedido. La camioneta del hospital las había trasladado al nuevo domicilio en la ciudad de El Rama. Era una vieja casa requisada por la revolución, de ladrillo sin enlucir, techo horizontal, que con una escalera de mano podía usarse de terraza. Dos habitaciones; cocina y cuarto de baño. Disponía de electricidad y agua corriente, un lujo para los nuevos vecinos de El Rama. Esa tarde apareció Hipólito Fuensanta, delegado del Frente Sandinista.

—Bienvenidas, señoritas —dijo con sonrisa maliciosa, que no les agradó—. Confío en que la casa que he elegido para ustedes sea de su entero agrado.

Hizo una señal al joven soldado que le acompañaba, y este depositó en el suelo una caja de cartón. Hipólito Fuensanta se inclinó, la abrió, y ellas observaron que contenía seis botellas de ron cubano; sacó una y la exhibió complacido.

—Es mi regalo de bienvenida: Havana Club Máximo Extra Añejo[1]. —Les guiñó un ojo y añadió—. Las espero a cenar esta noche en mi casa, junto al puerto.

Isabela e Irune se miraron.

—Es usted muy amable —dijo Isabela—, pero aún no hemos terminado de instalarnos. Será, pues,  en otra ocasión. Además, el regalo es excesivo. No podemos aceptarlo.

Se inclinó, recogió la caja y la entregó al soldado. Hipólito Fuensanta sostenía la botella como un trofeo. El delegado, durante unos minutos incómodos, las miró en silencio, y dijo con la sonrisa del gato que observa al ratón que huye, y sabe que, para cazarlo, debe elegir la estrategia adecuada:

—Como gusten. Será, pues,  en otra ocasión…

Sin añadir palabra dio media vuelta y se alejó, seguido del soldado que sostenía la caja entre las manos, este, unos pasos más adelante, se giró, les giñó un ojo y desapareció detrás del jefe.

 

[1] El mejor ron cubano, de precio prohibitivo para la inmensa mayoría de los mortales