Camino de Cádiz, perdido entre la belleza andaluza de costa, olivar y arte, encuentro una nota disonante, solapada y escondida, llena de vida y bajeza, palpitante su grito de justicia y ayuda para no morir en la más mísera pobreza humana y espiritual.
Línea fronteriza que no existe como tal y que, sin embargo, separa dos mundos contrapuestos: el avance y la marginación.
El Taxista se niega a continuar y, después de pagar, me deja tirado en el asfalto. Pongo mi mano a modo de visera pues el sol me ciega y no veo el vasto territorio que se expande ante mí. Un paisaje desolador en el que no existe sombra alguna y, por el desierto de arena, polvo, ratas y jeringuillas, me encamino a mi destino.

Después de andar cerca de media hora y no encontrar un alma por la calle, avisto una tienda de ultramarinos que parece estar abierta. Nada más entrar, lo primero que se ve es un enorme cartel que advierte “No se fía”. El tendero, un tipo musculoso, con delantal a la cintura y camisa desabrochada por la cual se deja entrever un tatuaje justo en el centro del pecho. El escudo del Betis reluce en el torso velludo. Sin mirarme, pero apreciando mí presencia me pregunta, mientras sigue cortando rebanadas de salchichón para una mujer desdentada y casi calva:
-¿Qué busca por estas tierras, amigo?- su voz no puede ser más desafiante.
-Busco la casa de Esperanza Jiménez, la mujer del “Trole”.
-Bajando esta calle, el segundo portal a la izquierda, pero a esta hora no hay nadie.
-Gracias, esperaré. ¿Me puede indicar un bar?
-Detrás de esta tienda, encontrarás uno… Chico, ¿sabes dónde estás?- su cara denota preocupación por mí, lo cual agradezco.
-En el Bronx andaluz.-El tendero suelta una carcajada que asusta a la vieja compradora de salchichón que con voz muy tenue pregunta:
-¿Eres Pascual, el amigo del Trole que conoció en prisión?- esa pregunta me pilla desprevenido y, más, procediendo de aquella mujer que, de pronto, no me parece ni vieja, ni calva sino un ser humano.
-Sí, señora, el mismo. Él me ofreció techo para cuando saliera y aquí estoy. Es hombre de promesa fiable, su palabra es ley y como un padre se comportó.- la miro tan fijamente, que ella esconde sus ojos en el suelo.
-Es mi hijo.

De su boca desdentada no salen más palabras, pero mi memoria recuerda como una noche el Trole me contó como de un puñetazo dejó a su madre sin dientes porque se negaba a dar más dinero para una dosis. Después de aquello, con unas tenazas desinfectadas, sacó de su boca dos muelas de oro para que su hijo pudiera comprar heroína.

-Me alegro de conocerla, señora Tomasa, su hijo me habló mucho de usted. Sepa que, para él, su madre es el héroe silencioso del sol y la lluvia en su vida. De él, aguantó insultos y desprecios y aquí está usted para lo que sea necesario para el hijo mal pario como el Trole gusta decir.- en mis palabras iba todo el coraje y admiración que mi protector puso en la descripción.
-Cuando eché al mundo a este esperpento de hijo, los dolores del parto me anticiparon lo que sería mi vida. Anda, acompáñame, hoy hay pa comer cocido de acelgas, pobre pero caliente. Paco dame la cuenta y no cobres de más que te conozco.
-Tomasa morirás desconfiando, vieja zorra- contestó el tendero en un tono de confianza y cariño hacia la mujer. Salimos a la luz y, ya más relajado, pude observar según íbamos andando el panorama de bloques de hormigón, fachadas desconchadas y olvidadas por todos, tierra sin infraestructura, maleza que crece por doquier, que oculta escombros y suciedad. Cerca ya de la casa, nos encontramos un grupo, mezcla de payos y gitanos en amena charla y bebiendo cerveza.
-Señora Tomasa, pronto empiezan a beber.
-No tienen trabajo, ni lo buscan tampoco. Sus horas pasan así y, mientras sea hablando, no vamos mal, lo malo es que muchos caen en el pillaje.
-¿No limpian la basura?- las calles estaban decoradas por bolsas rotas, restos de comida, botellas vacías y, de ahí, las ratas que se pasean.
-La policía municipal no viene, los servicios de limpieza tampoco aparecen. Dios se olvidó de esta tierra y nosotros nada hacemos y, cuando alguien recala para ayudar, sale a pedradas… ¿Quién va a querer venir?

Enfilamos las escaleras, varios tramos aparecen con la barandilla arrancada por lo que hay que subir con cuidado si no quieres caer al sótano. Por una puerta sale una voz que canta algo con mucho sentimiento. La Tomasa, al pasar toca la puerta y rápidamente se abre.
-¡Tomasa!, pase. Mi hijo está ensayando la última canción que preparé para él. Ande, venga, no se haga la remolona y tome un chato con nosotros.- el hombre que invita es mayor, está en pijama y sin peinar, pero sus ademanes denotan sencillez y buena acogida.
-Vengo con un amigo de mi hijo. Pascual, pasemos, te presento a Gerardo, su hijo Antonio, el cantante, y su mujer Daniela. Son buena gente, de lo mejor-sonrío con timidez a sus palabras y asiento.
-Chico, así que eres amigo del Trole ¿Nuevo por aquí? No te asustes de lo que veas, aquí hay de tó, mucho malo, pero también gente humilde y honrá.
-Gerardo, estoy muy agradecido al Trole. No tengo donde caerme muerto. Los últimos cinco años he estado en la cárcel. Mi familia no quiere saber nada y les comprendo-Daniela escucha con avidez mis palabras que me salen a borbotones, como si estuvieran deseosas del roce con alguien.
-¿Qué hiciste?- pregunta Antonio, con la guitarra en la mano.
-De todo. Desde arruinar a mi gente, hasta casi matar a mi novia por no quererme dar una raya. Caí en la mierda, pero el Trole me levantó y me enseñó a no perder el coraje y la esperanza. Nuestra amistad desde el principio fue un intercambio, recorrimos un camino de aprendizaje mutuo- por el rostro de Tomasa caen lágrimas y su cara se ilumina.
-Cuando recibí la carta escrita por él y que el nieto me leyó, no podía creer que mi hijo fuera capaz de emborronar aquel papel.
– Lo tomó muy en serio, señora Tomasa.- contesto yo-, y no vea cómo sumaba y
dividía, más tarde, él enseñó a otros presos. Nos llamaban “los maestros”
– Tú, chico, no eres de nuestra ralea, ¿eh? Se nota en tus modales-comenta Gerardo.
– Ya no soy de nada, maté mi mundo y en la cárcel empecé a construir otro.
– Así se habla, chico, que no digan que no hay oportunidades. Pal que no las quiera, puede. Antonio toca y celebremos. Eres mejor que Vicente Amigo tocando la guitarra y tu voz no la ha oído José Mercé, pero… tiempo al tiempo- Antonio, satisfecho de los comentarios de su padre saca de sí mismo lo mejor que tiene para los presentes.

-El trole me contó que este barrio sevillano de” Las tres mil viviendas” era conocido, no sólo por su parte oscura de drogadicción, absentismo laboral y escolar, boca del infierno que inocula el virus de la violencia, sino también por ser cantera de artistas flamencos.
-Los mantiene vivos a muchos esa ilusión por el cante, y es raro no ver en cada familia, un artista en ciernes-dice Gerardo.
-Recuerdo que cada instante que allí viví en la cárcel, lo absorbí como si me fuera la vida en ello. Un día me hice el firme propósito de que mi vida no la volvería a tirar, que disponía de dos manos y una cabeza para salir adelante y ofrecer a otros mi experiencia. No desaprovecharía esta oportunidad y, aunque fuera entre miseria y estiércol, lucharía-añadí yo.
Se ha pasado la mañana entre bulerías y bailes del “Chepa”, otro vecino, éste versado en el arte del baile, evasión para olvidar como el SIDA carcome minuto a minuto las escasas horas que le quedan. A las dos de la tarde, Tomasa ha levantado el campamento y la fiesta termina. Su preocupación es haber olvidado el cocido de acelgas para los suyos y dedicarse al disfrute humilde de la compañía sana y relajada de unas gentes que tienen mucho que decir. La ayudo con las bolsas y nos vamos dos tramos para arriba. Ambos subimos hechizados del rato que hemos pasado y con alegría la vieja desdentada se pone a cocinar.

La vivienda no puede ser más pobre, muebles destartalados, cada uno de un padre y una madre. Los únicos signos de ostentación son un televisor en blanco y negro, una radio y una foto enmarcada de La Macarena y, por supuesto, el olor a limpio que reina en los escasos metros, ¡es digno de alabanza! Se siente que la puerta de la calle se abre y como arrastran algo por el suelo. La Tomasa sale rápida al encuentro y yo tras ella. Acaba de llegar Esperanza, la mujer del Trole con todos los bártulos de su mercadillo ambulante. Yo, ya la conocía de sus visitas a la prisión, de sus ojos enamorados y sumisos a los requerimientos del Trole. Sin duda, es una belleza andaluza, de pelo negro, pulcro y ensortijado. Ausencia de carne en sus huesos debido a tanto trabajo y la pena que en un tiempo ocupó su ánimo, pero los dos arbustos que enfilan el torso femenino, siguen tiesos y firmes para que el Trole se pierda por ellos en las horas de pasión.
-¡Pascual, qué alegría! El Trole salió en tu busca a la carretera. Te has adelantado-mientras pronuncia estas palabras, se abalanza sobre mí para estrecharme entre sus brazos, lo cual me emociona en lo más profundo.
-¡Cuánto me alegro de verte, Esperanza! Cogí un taxi para llegar más rápido.
-¡Mira el niño rico! Tú gasta lo poco que tienes y verás. Mañana mismo tienes que acompañarme a por ropa. Me dejarán un coche, el Trole me dijo que sabes conducir. Al no encontrarte, se fue a recoger cartón, llegará tarde.
-Espero no tener el carné caducado y, si no, empujo el coche. Por una dama como tú, lo que haga falta.
-¡Uy! Me llamas dama.- suelta una risa que nos contagia a la Tomasa y a mí.
-He hablado con mi marido y está todo organizado. De momento, me ayudarás en el mercadillo, el resto, el Trole ya te contará. Dormirás en una colchoneta ahí, al lado de la mesa, es el único lugar libre de la casa, a no ser que el Trole te deje dormir conmigo- otra risotada en sus últimas palabras que hace que el ambiente, aún, sea más distendido.
-Mujer, si quieres que el Trole vuelva a la cárcel, hazlo y verás. De una cuchillada me manda al otro barrio- comento yo, en tono jocoso- él tiene cuatro cosas sagradas: su madre, sus dos hijos y la mujer que calienta su corazón y el cuerpo.

Entre bromas, nos sentamos a comer el agua deslavada con cuatro garbanzos y acelgas; me sabe a manjar de dioses y, sin querer, levanto los ojos al cielo y doy gracias a un Dios que olvidé entre rayas de coca.

A media tarde, llega el Trole lleno de mugre, pero con rostro satisfecho. Nos abrazamos en un intenso abrazo bajo las miradas de la familia. Lloramos ambos como niños y cuesta separar los cuerpos tanto tiempo sin tocarse. Nos contemplamos como dos desconocidos; un año da para mucho. El Trole está más gordo y los surcos oscuros que jalonaban los ojos han desaparecido. Lleva el pelo rizado, más largo y recogido en una coleta. Yo, me he dejado barbas y mi pelo está salpicado de canas a pesar de mis veintinueve años. De nuestros brazos no han desaparecido las huellas del pasado y, como cicatrices perennes, recuerdan a ambos por donde no debemos volver.
-¡Joder!, pareces un poeta.- se separa para contemplarme con sus ojos vivarachos. Yo le miro con mi luz apagada; necesito graduar las gafas, he perdido vista en los últimos meses.
-Macho, pues tú pareces un obispo. Las mujeres te han mimado, no pareces el mismo.
-Me lavo y salimos a dar una vuelta por el barrio y te pongo al día.

Esperanza corre a preparar la ropa limpia y la ducha para su esposo. No puedo evitar una chispa de envidia por mi amigo. Él tiene una familia y me pregunto, ¿seré capaz yo de tener algo así? Está anocheciendo cuando aparece el Trole inmaculado, oliendo a jabón. Tomasa y Esperanza le miran con tanto orgullo y amor, que a mí se me parte el alma. En ese instante, más que nunca, me siento un tipo con suerte.

Salimos a la calle, ahora sí que hay vida en ella. En los portales hay gente sentada tomando el fresco, corrillos de jóvenes cantado y dando palmadas, otros, se intuyen que lo suyo es la noche y denotan que algo están preparando… Presiento, que no es nada bueno. En un callejón vemos como un chavalín, con menos de quince años, ofrece a quien pasa unas papelinas.
-Esto, Pascual, es el pan nuestro de cada día. Veo a estos niños y tiemblo por mis hijos y quisiera salir de aquí, que no vean esta miseria, que no caigan como cayó su padre, pero no tengo salida amigo, estoy desesperado.
-Venga, no me seas pesimista o acaso, ¿olvidaste todo lo que hablamos en aquellas cuatro paredes? Vamos a luchar, nada ni nadie nos parará- él me escucha mientras bebe la cerveza y pierde la mirada en el vacío.
-A veces pienso que no puedo más. Cuando vuelvo a casa con las manos vacías y cuatro pares de ojos imploran comida y yo nada tengo que ofrecer, me dan ganas de salir huyendo y pincharme hasta morir tirado como una mierda que es al fin y al cabo lo que soy. Sé que volveré a caer Pascual y tengo mucho miedo. Robar no quiero y me salen trabajos, no creas, pero me aferro a los cartones como si ellos fueran mi salvación. Por las noches meto la cabeza entre las tetas de la Esperanza y pasó allí las horas como un maldito cobarde, esperando que pase la tempestad.
– Sé de que hablas. Yo también tengo mucho miedo y cuando me invade ese temor sordo y punzante, saco papel y bolígrafo y me pongo a escribir. Pinto mis sueños con letras mal rimadas, dibujo a la mujer que me hará perder el seso y así pasa la tormenta. Tío, cinco años sin tocar a una mujer; creo que si me topo con una, mi picha ni se enderezará.
-Jajajajaja, amigo, eso no se olvida jamás. Ya buscaremos algo para que te inicies- a pesar de su risa, su rostro no pierde el halo de preocupación y franqueza sobre los temores que revolotean en su cabeza.

Cayó definitivamente la noche. Seguimos bebiendo cerveza y sentados en un bordillo. Nos hemos quedado callados, perdidos cada uno en sus pensamientos, tan negros como el cielo que nos arropa. Miro a lo alto en busca de luz, y veo las estrellas, las mismas que estaban en el patio de la cárcel y deseo ser una de ellas, puras y blancas, que duermen y se despiertan, pero estoy aquí, en el mundo real, fuera de prisión con una vida por delante, peligros que salvar y mi debilidad como salvoconducto. Sin darme cuenta de lo que hago, busco la mano del Trole y la aprieto, necesito fuerza para vencer este miedo que me atrapa. Él me mira, está llorando y solo acierta a decir:
– ¡Venceremos, Pascual! Estamos juntos- mientras pronuncia su sentencia, la voz de Camarón se escucha en la lejanía, una guitarra rasga el silencio. Una sombra se acerca a nosotros, es Esperanza. Se hace hueco entre ambos y se sienta en medio permaneciendo callada. Al rato, se incorpora y tendiéndonos sus manos dice:
– Vamos a casa, mañana nos espera un nuevo día. Si hay luz, si en verdad existe un mañana y un Dios creador, ¡ojalá que no permita un retroceso!
Podemos vivir con miedo, pero no sin la voluntad para superar nuestros temores… nuestras debilidades.

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