Álvaro y Esteban caminaban como dos fantasmas sin rumbo. A esas horas las calles del barrio de Malasaña estaban atestadas de gente. Se iban tropezando con unos y con otros sin apenas enterarse. Ese sábado no habían previsto nada especial. Después de una semana saturada de trabajo y sus cabezas agotadas, preparar un plan de fin de semana no entraba en sus planes. Ver el partido del Real Madrid mientras se comían unas pizzas con unas cervezas, fue lo más adecuado. Los amigos solteros escaseaban tanto como las setas en pleno verano. Unos y otros habían ido encontrando su media naranja y aunque de vez en cuando se reunían con ellos, ya todo era distinto. Álvaro había tenido media docena de parejas, ninguna cuajo, todas le dejaron. Esteban era un caso aparte. Sí, había nacido para vivir en pareja, solo tuvo una y ella se largó con otro. Desde entonces no había levantado cabeza; según él no quería saber nada de las mujeres pero cada vez sentía más vacío.
Álvaro y Esteban llevan viviendo un par de años juntos. Sus sueldos no estaban mal pero vivir solos no les gustaba, así que un buen día salieron a la caza y captura de un pisito de solteros y después de dar muchos tumbos, encontraron una casa en la calle Zurbano. No era lo que ellos querían pero Álvaro, decorador de profesión, después de mirarla varias veces, encontró en aquellas paredes muchas posibilidades y allá que se fueron. Esteban era un negado para el bricolaje, pero aprendió a duras penas y todo se lo hicieron ellos, incluso pintar las paredes. Claro, algunos metros del salón la pintura hacía aguas y lo arreglaron poniendo dos poster enmarcados de gran tamaño, un conejo y un oso. A ningunos les gustaba ni el conejo ni el oso pero ahí quedaron. De vez en cuando hacían fiestas con los lamentos de los vecinos hasta que les pusieron una multa y del susto llevan una temporada en silencio. Cocinar, cocinaba Esteban, la cocina le relajaba mientras que Álvaro hacía la compra. Limpieza y plancha lo tenían solucionado con una mujer que les iba un par de días a la semana dejándoles sistemáticamente pegado a la nevera un papelito llamándoles guarros y ellos la dejaban otro en contestación diciéndola que era la reina de sus corazones.
Buenos chicos con treinta y cuatro años pero no tenían pinta de ser felices ni de saber a dónde llevaban sus vidas.
-Mira Álvaro, ese local es nuevo. ¿Entramos?
-Si quieres… O nos vamos para casa.
-No me seas muermo, vamos a entrar.
El local despedía una luz tenue, la música era agradable y no cabía un alfiler.
-Oye Esteban, vámonos. Cuando nos quieran dar una copa, se nos han quitado las ganas.
-Déjamelo a mí, ya sabes que mis codos se hacen rápido hueco.
Álvaro suspiro y dejó marchar a Esteban. Este no tardó en hacerse con un trozo de barra entre sonrisas y codazos, eso sí pidiendo perdón a todo el que recibía un suave golpecito. Pidió las copas a una camarera que llevaba demasiado escote para el gusto de Esteban, pero en el fondo reconocía que estaba impresionante. Mientras la observaba la maestría con la que preparaba las copas, giró su cabeza hacia la izquierda y pudo ver un trozo de la pista improvisada de baile. Un corte de pelo muy familiar oteó por un agujero pero como había tanta gente, no pudo ver más.
Salió a duras penas con las copas pero no encontró a Álvaro. Mientras, se iba tomando sorbos de una y de otra. Sin darse cuenta se fue acercando a donde la gente daba saltos más que bailar, y ya pudo distinguir a Álvaro que sonreía sin parar.” ¿Qué estará viendo este mameluco con esa cara bobo?” Pesó Estaban hasta que pudo ponerse a la altura de su amigo.
-¿Qué miras?
-A ese grupo, tienen una juerga montada divertidísima.
Esteban se puso a mirar también y volvió a distinguir el corte de pelo familiar. Un pelo rubio que saltaba al son de su dueña. Se quedó fijamente mirando la ropa, el tamaño de la mujer ¡Le era tan familiar!, hasta que de pronto aquella melena rubia se dio la vuelta y pudo distinguir el rostro.
-¡No puede ser!-exclamo Esteban.
-¿Qué no puede ser? ¿No está la música muy alta?
-¡Mi madre!
-¿Qué dices Esteban? No te entiendo.
-Que esa que salta es mi madre ¡coño!
-¿Tu madre, dónde?-Álvaro miraba pero no veía.
-¡Y con un negro!
-¿Qué dices de un negro?-A Esteban se le iba descomponiendo el tono de voz, el gesto, todo.
-Que mi madre está ahí, coño, y con negro.
-¿Desde cuándo eres tú racista de colores, Esteban? Y perdona, pero no veo a tu madre por ningún sitio, al macizo de color, sí.
-¡Es mi madre, coño, mírala! ¿Y mi padre? ¿Y qué hace aquí? ¿Y ese negro quién es? Si podía ser su hijo…-Esteban había perdido todos los registros. Álvaro le tuvo que sujetar porque se lanzaba es pos de su madre.
-¡Cálmate, joder! Todo tendrá una explicación. Tu madre es una mojigata, perdona que te lo diga. Es simpática, se conserva bien y siempre ha demostrado tener la cabeza en su sitio. Debe haber una explicación, Esteban, no nos precipitemos.
-Pero y ese negro ¿Qué me dices? Jamás he visto a mi madre bailar ¡Y mírala, mírala como una loca!… Voy a dar una leche al café ése que se va a enterar-Álvaro hubo de coger del brazo a su amigo para contener su ira.
-¡Cálmate! Que tu madre no es la Puerta de Alcalá para decir mírala, mírala, joder… El negro como tú le llamas es guapísimo, por cierto. Me voy a acercar yo como quien no quiere la cosa. Tú espera aquí-Esteban, de rabia le dio un codazo, pero le dejó marchar y se quedó mirando la escena. Álvaro se acercó, la saludó, ella se tiró a sus brazos “Encima está bebida o fumada” pensó Esteban. Estuvieron un rato hablando, ella le presentó a su grupo incluido el muchacho de color y, al rato, Álvaro hizo unas señas a Esteban para que se acercara, pero Esteban, de rabioso que estaba, se dio media vuelta y se largó.
Esteban llegó a casa, se metió en la cama y se durmió después de haberse bebido media botella de güisqui que no le gustaba; nunca bebía güisqui. Se despertó con un dolor de cabeza considerable, no sabía ni dónde estaba. Cuando comenzó a aterrizar, oyó al fondo de la casa unas risas, se levantó. Y cuál fue su sorpresa que al llegar a la puerta del dormitorio de Álvaro encontró a éste en amena charla, y dentro de la cama, con el negro de marras.
-Pero tío ¿Qué haces?
-¡Ay, hola! Te presento a Rafael, el jefe de tu madre. Anoche estaban celebrando la cena de navidad de la empresa… Te tenías que haber quedado, nos lo pasamos en grande.
-Ya veo-dijo Esteban bajando la vista y dándose media vuelta.

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