Estaba nerviosa y no lo quería reconocer. Bueno, realmente estaba histérica. La cama llena de ropa y no encontraba nada apropiado para ponerme en esa cita tan especial. No quería defraudar, deseaba que fuera un éxito y estaba convencida que, como siguiera por ese camino, sería un desastre. Llevaba noches que, cuando me iba a dormir repasaba qué diría, de qué podríamos hablar. Nada de religión ni de política. Por supuesto, insospechable comentar temas económicos. ¿Qué tal hablar de Kafka o de Kant por eso de empezar ambos por K? Pero yo nunca había hablado de esos hombres…

Tal vez, mejor hablar de Kandinsky, más neutro, pero ¿y si la obra de este genio no gustaba? Así me pasaba las noches en vela o con pesadillas. Estaba claro que había dejado de ser yo por una maldita cita, o que a mis cuarenta y ocho años me daba cuenta de la cruda realidad: inmadura e insegura.

He mirado el reloj, me quedan dos horas. Lo mejor es que me meta en la ducha, me duele la cabeza.
Ha sido todo un acierto; el agua ha caído como chispas frescas sobre mi cabeza y, quizá, sobre mi cerebro. Ha limpiado las telas de araña y abierto las compuertas de los recuerdos. No hace tanto tiempo que yo también fui joven, queriendo merendarme un mundo sin fronteras, bebiendo el elixir de la vida sólo interrumpido por un tropezón ¡Dios mío! Un traspiés que me ha traído hoy hasta aquí veintisiete años después.
Respira hondo, mira a ver qué hora es, estírate la gabardina, ¡maldita sea!, cómo llueve, ¿para eso me he gastado quince euros en peluquería?… ¿Y si le llamo por teléfono y le digo que…? ¿Qué le digo?
No, no sirvo para estas cosas. Ahora mismo me daré la vuelta y me iré. Lo que él haga me va a parecer estupendo, siempre ha sido así. Nunca hemos tenido problemas entre los dos hasta que vi esas fotografías seis meses atrás. Se lo pregunté y se hizo el sueco. Más tarde se hizo el alemán hasta que en octubre me dijo la verdad. En su rostro no podía haber más ilusión y en su voz más amor atropellado.
Total, no me quedó más remedio que aceptar lo inevitable, lo lógico, lo normal.
Es navidad. A veces llueve, otras, nieva. Es una época hermosa, entrañable. Él sabe que me gusta por eso ha esperado para hacerme este regalo tan especial.
Ya no seremos dos sino tres… Pero, ¿tres no son multitud? ¿Quién sobra, entonces, en esta película?… Creo que yo.
-Mamá, ¿qué haces ahí parada mojándote? -me han pillado, se me ha estropeado el peinado, se me ha corrido el rímel- Ven, entremos y te presentaré a Ana.
He entrado como una cordera al matadero y de esa guisa, he conocido a la novia de mi hijo. Una maldita cita que me ha quitado el sueño, puesto dolor de cabeza y que ha sido todo un éxito.
¿De qué hablamos? De todo y de nada. A veces se me escapaba el ramalazo de futura suegra, pero Ana es deliciosa. ¡Ah!, la gusta Kandinsky, y es una forofa de la obra de Kafka.