Me encumbraste, me llevaste a lo más alto, subida en un pedestal que no merecía. ¿Para qué? Intento encontrar un único motivo, una única razón para que lo hicieras, y la única explicación que encuentro es que quisiste hacer más dura mi caída.
Todo el tiempo que he compartido contigo me he sentido como una funambulista, haciendo ejercicios acrobáticos sobre la cuerda floja, intentando mantener el equilibrio a duras penas tras la fuerza de tus envites de odio. Porque era el odio lo que te movía, lo que te impulsaba a hacerme daño y aún hoy, todavía en lo alto del pedestal al que me subiste, no logro entender el porqué.
Creo que nunca te he herido, que siempre he sido cariñosa contigo, que jamás te he dicho una palabra más alta que otra, porque yo te tenía en un pedestal aún más elevado. Y mi sentimiento era sincero. Nunca he sido mentirosa ni mi intención ha sido hacer algún mal a nadie. Quizá por eso siempre he pecado de confiada, de buena, de parecer tonta.
Pero me heriste, te dedicaste durante años a herirme, a dar empujones cuando sabías que tenía miedo a las alturas, a las caídas. Lo que no sabías es que por muy fuerte que fuesen mis miedos, yo no era frágil, nunca lo he sido. Y mucho menos, tonta. Supe desde prácticamente el primer momento en qué consistía tu juego, y aún así me presté a seguirlo. Porque eso también has de saberlo, si has conseguido jugar conmigo es solo porque yo lo he permitido, por mucho daño que me hayas causado. O estaba tan ciega que realmente no sabía cuándo estabas siendo tú y cuándo estabas jugando. El caso es que caí en tu juego.
Ahora que me he alejado de ti, continúo aquí, subida en mi pedestal, el mismo al que tú tan sabiamente supiste encumbrarme. Y, aunque te parezca mentira, aún no he caído. No conseguiste que cayera y aún me mantengo en un precario equilibrio, pero no he caído. Y la mejor parte de toda esta historia es que estoy perdiendo el miedo a las alturas, estoy perdiendo el miedo a caer.
Amenazas con volver a enredarme en tu juego, pero ya lo conozco. No debes preocuparte, porque mi intención no es subirme a tu pedestal más elevado aún que el mío, nunca lo he querido. Pero intento vislumbrar alguna explicación plausible en toda esta historia y la única que se me ocurre es que tú también sentías un miedo atroz. Mayor aún más que el mío, a caerte de tu pedestal, y diría más, a que durante tu caída alguien ocupase tu lugar en la cumbre. Así que vuelve si quieres, empújame todo lo que quieras, porque ya no tengo miedo, el tuyo es y ha sido siempre mucho mayor. Y si caigo, ten por seguro que me levantaré con las fuerzas duplicadas.
Jamás te diste cuenta de que yo era un ave fénix. Y ese punto siempre lo tendré a mi favor.