Me encanta viajar en metro. Así, como lo oís, me encanta. Lo que para muchos puede resultar incluso un auténtico calvario, para mí es una experiencia de lo más placentera. De hecho, se podría decir que es una de mis aficiones preferidas, por no decir mi predilecta. Así como a otras personas les gusta dedicar su tiempo libre a bailar, escuchar música, viajar, hacer algún deporte o un sinfín de posibilidades más, a mí lo que más placer me produce es viajar en metro. Llamadme friki si queréis, no me importa. Además, produce un efecto relajante en mí que en más de una ocasión ha provocado que despertase sobresaltado en las cocheras…, pero eso ya es otra historia.

Descubrí mi pasión por el metro cuando llegué a Madrid, con apenas dieciocho añitos recién cumplidos, para buscarme un porvenir que en mi pueblo natal supuestamente no tenía. El bullicio de la gran ciudad me cautivó, así, sin más. Pero la primera vez que me sumergí en sus entrañas para desplazarme hasta mi centro de estudios, descubrí la magia que encerraban todos aquellos túneles y vagones incesantes. Podía pasar horas viajando en aquellos trenes, más modernos unos, como sacados del pasado otros. Bajaba en cualquier estación al azar para recorrer los túneles que conectaban con otra línea y mezclarme con todo el gentío que caminaba en todas direcciones con prisa. Me detenía ante los músicos que, en ocasiones, encontraba en ellos y disfrutaba de ese arte, que era como un obsequio que pocos se paraban a admirar.

Me enamoré sin previo aviso y de manera irrevocable de toda aquella maraña de sensaciones que encerraba el metro, hasta el punto de que, en mis días libres y hasta hoy, bajo caminando hasta la boca más cercana a mi casa para deambular por esas galerías como quien sale a pasear por el parque.

Lo que más me gusta de los viajes en metro es mezclarme con la gente y observarla. No sé si será mi vocación de sociólogo, pero cuando más disfruto es cuando el vagón está repleto y puedo curiosear en las diversas personalidades de una manera casi discreta. La mayoría va a lo suyo, enganchados al teléfono móvil, leyendo algún libro o, simplemente, con los ojos cerrados fingiendo, o no, algún sueño que se quedó atrasado. Pero, si prestas atención, las conversaciones que puedes escuchar pueden llegar a ser de lo más interesantes. Más incluso pueden serlo aquellas que no precisan de palabras. Recuerdo en una ocasión un juego de miradas tan intenso que terminó en una estación, imagino que no era la de los dos, con un roce de manos mientras salían por la puerta del vagón.

En el metro de Madrid he sido testigo de infinidad de coqueteos, a saber cuántas historias de amor se han forjado entre los viejos vagones. He llegado a ser testigo incluso de algún escarceo no apto para todas las edades. Y también de las situaciones más variopintas. Quizá algún día me siente a escribir un libro con las historias que me ha ido contando el metro. Sería interesante, ¿no creéis?

De momento, seguiré disfrutando de mis viajes socio-culturales en metro, sin poder evitar una sonrisa cada vez que escucho por megafonía aquello de «Metro de Madrid informa…» Si yo informase de todo lo que sucede en el metro de Madrid…