Itziar siempre había sentido una conexión muy especial con la naturaleza. Precisaba de ella para vivir, sentía como si ella misma se tratase de un animal enjaulado dentro de un cuerpo de mujer, que necesitaba liberarse con urgencia de vez en cuando. Pero jamás antes había sentido una necesidad tan imperiosa como la de aquel día.

Se había levantado muy temprano, había muchas cosas por hacer. Lo había hecho en una cama que no era la suya desde hacía varios años. A ella aquello le parecía un absurdo, pero su madre siempre se había caracterizado por su insistencia, así que no le quedó más remedio que aceptar. Itziar 0 – Mamá 1.
En lo que no transigió ni un ápice fue con el desayuno. Por más que su madre la insistió en que realizara un desayuno frugal y rápido aquella mañana, para no perder tiempo, no fue capaz de convencerla. Itziar siempre había necesitado levantarse con calma, disfrutar como era debido de su gran taza de café con tostadas y fumarse un cigarrillo después. Si no lo hacía así, su día se volvía infernal para ella. Por ello, cuando su madre pretendió crear en ella una urgencia que ni necesitaba ni quería, no se dejó convencer. Itziar 1 – Mamá 1.

La mañana fue frenética, cosa que Itziar no llegaba a comprender. Para ella, aquel día era un mero trámite al que había cedido tras la presión recibida por parte de su madre durante años. Era tan tradicional que no la comprendía. En sus treinta años de vida jamás había logrado comprender que ella era una persona independiente, incapaz de encontrarse atada a nada ni a nadie por ningún tipo de compromiso. Por eso precisaba de salir a la naturaleza y desatar al animal que había encerrado en su interior, libre de por sí. Aun así, soportó con estoicismo la dura mañana de maquillaje, ella que siempre iba lo más natural posible, y de peluquería, con un sofisticado recogido de corte clásico que odiaba. Lo tenía decidido, al día siguiente se cortaría la melena. De momento, no quedaba otro remedio que aguantar. Itziar 1 – Mamá 2.

El colmo de los colmos llegó a la tarde, cuando se vio embutida en el vestido blanco de novia que había llevado su madre el día de su boda, cerca de cuarenta años atrás. De blanco ya le quedaba poco, era más bien un tono amarillento que le pareció horroroso. Puntillas y encajes sobresalían por doquier y unas horribles mangas de farol remataban el conjunto. Por supuesto, su madre, en su afán por que llevase el mismo vestido que ella en aquel sagrado día, no había tenido en cuenta que Itziar gastaba al menos dos tallas más que su ella cuando se casó, por lo que apenas sí podía respirar. Tampoco había tenido en cuenta, lógicamente, sus más de diez centímetros de altura que las diferenciaban, con lo que el vestido, en lugar de llegar hasta el suelo, quedaba en una curiosa longitud de lo más extraña a media pierna. Parecía una muñeca pepona en lugar de una novia.

Lo que más le sorprendía era que su madre no paraba de gimotear, mientras repetía sin cesar las palabras «hija, estás preciosa». Por favor, ¿cómo iba a estar preciosa con semejante adefesio? Pero mamá era mamá y, claro, por verla feliz habría hecho cualquier cosa, incluso ir vestida de payaso el día de su propia boda. Itziar emitió un gruñido para sus adentros. Itziar 1 – Mamá 3.

Desde luego, su madre se estaba saliendo con la suya por goleada. De pronto, se vio sentada en el interior de un lujoso coche que las llevaría a la iglesia donde se celebraría la ceremonia. No sabía la de veces que le habría dicho a su madre que era atea, pero se ponía a llorar cada vez que se nombraba la posibilidad de una boda civil. Ella, que ni siquiera quería casarse, estaba pasando por el aro y acatando con obediencia todas las decisiones de su madre. Itziar 1 – Mamá 4.

Para Itziar la gota que colmó el vaso fue cuando se adentró en la preciosa capilla y vio al fondo a Roberto. Él, rockero casi desde su nacimiento, estaba allí, enfundado en un frac. Su larga melena había desaparecido y se encontró con un novio de pelo pulcramente cortado y reluciente de gomina. La barba había desaparecido y, en su lugar, lucía una ridícula pajarita. En un principio, ni siquiera reconoció en él a la pareja que llevaba años compartiendo vida con ella. Debía reconocer que su madre había jugado con precisión todas sus cartas. Les estaba ganando la partida a base de bien. Itziar 1 – Mamá 5.

Ambos, Itziar y Roberto, aguantaron la risa durante todo el tiempo que duró el sermón del sacerdote. Pero cuando llegó la consabida pregunta de rigor, Itziar no pudo evitar el impulso de salir corriendo de la iglesia, soltando los zapatos por el camino. Reía y gritaba mientras corría y corría, sintiendo el suelo bajo sus pies descalzos, hasta que llegó a su rincón favorito de la playa. Por el camino, jirones de su vestido iban cayendo al suelo sin cuidado alguno. Una vez en la playa, sobre una roca, sintiendo la naturaleza bajo sus pies y manos, dejó salir al animal que llevaba dentro, vestida únicamente con el forro semitransparente de su vestido de novia. Elevó el cuerpo del suelo, arqueando la espalda, y disfrutó de su tan amada libertad, respirando la brisa marina mientras su melena, libre de las ataduras del impuesto recogido, caía libre en cascada hacia el suelo. Un grito de alegría llenó la bahía. La sonrisa quedó prendida de su rostro, como si no fuera a borrarse jamás.

Esperaría allí hasta que Roberto, el único que sabía a dónde se podría haber dirigido, llegase en su busca, para amarse en libertad sobre la fina arena de la playa.

Un pensamiento cruzó su mente cuando se encontraba abrazada a Roberto, cerca del anochecer, descansando del orgasmo recibido como castigo a su falta de comportamiento. “Lo siento mamá, esta vez he ganado la partida.”