Sonia cierra el libro que acaba de terminar, lo deja sobre la mesa con una delicadeza tal que parece que se ha desprendido de un tesoro inmensurable. La leve luz del amanecer se filtra ya a través de los vaporosos visillos que recubren la ventana de su habitación, y se queda mirando hacia aquel punto exacto del horizonte por el que un tímido sol comienza a hacer su aparición. Ha sido otra noche más de agotador insomnio, de la que se ha vuelto a evadir como viene siendo habitual, entre las páginas de un libro.

Ya no recuerda cuánto tiempo ha pasado desde la última noche de restaurador sueño. El cansancio hace días ya que está haciendo mella en ella y, a estas alturas, no se cree con energías suficientes para afrontar otra jornada. Desearía tumbarse sobre su cama y dormir durante días seguidos, pero el amplio lecho que en otras épocas resultó ser tan acogedor, ahora le parece un monstruo gigante que quiere engullirla dentro de las acolchadas fauces de la soledad.

Han pasado ya tres meses desde que Nicolás se fue y Sonia aún se pregunta cada noche, cuando las obligaciones diarias no están entreteniendo su mente, en qué fue en lo que falló. Su conciencia es como un pequeño diablo que se posa tras su oreja derecha para recordarle una y otra vez que Nicolás se marchó por su culpa. Por más que busca al angelito que se supone la debería descargar de culpa en la oreja izquierda, este no aparece nunca. Por eso, cuando intenta dormir, nunca lo logra. Pequeñas cabezadas de puro cansancio a lo largo del día en los lugares más insospechados son las que mantienen a Sonia en pie. Las noches son territorio del insomnio.

Hoy Sonia rebusca en su armario el vestido más alegre, entre decenas de aburridos trajes de oficina en tonos grises y negros. Es negro, como la mayoría de su fondo de armario, y se pregunta si ello no tendrá alguna influencia en la negatividad con la que suele afrontar la vida. Unas grandes flores rojas salpicadas por la tela le dan el toque de color que está buscando. Tendrá que servir. Recuerda cuándo compró aquel vestido, en un arrebato de locura inducido por Nicolás para salir de la línea en exceso formal que llenaba su armario. Le dijo que estaba preciosa con aquellos toques de color rojo. Hoy necesita creerlo más que nunca.

En el día de hoy, Sonia desea parecerse a la protagonista del libro que descansa cerrado sobre la mesa. Desea ser alegre, optimista, liberarse de culpas y romper los guiones. Por primera vez en su vida, llama a la oficina fingiéndose enferma. Se mira alrededor de cincuenta veces en el espejo, la inseguridad sigue dominando la parte emocional de su vida. Toma la firme decisión de no darle más vueltas. Está preciosa, como le hubiese dicho Nicolás.

Nicolás… Desea hacerle desaparecer de una vez por todas de su vida, así como él desapareció tras aquella puerta que ahora mismo permanece cerrada. Sonia la abre y saluda al día. Su vecino le dedica una sonrisa.

—Buenos días, Sonia. Qué guapa estás hoy.

Sonia le cree. Necesita creerle. Igual que necesita creer que ella no es la culpable de nada. Ya es el momento. Cierra tras de sí la puerta y se dirige a tomar un buen desayuno antes de ir en busca de la ropa de colores más alegres que sea capaz de encontrar. Hoy Sonia necesita renacer.