Con la llegada del sol y el buen tiempo, Madrid se ha cubierto de cometas invisibles, igual que otros años, solo que esta vez antes de lo normal. Como su nombre indica, no pueden verse, pero se nota que están ahí y que se agitan y dan volteretas sobre la ciudad. Si nos fijamos bien, hay un cierto brillo, invisible también, en el azul del cielo. Los ojos lo notan. Producen un raro desenfoque, el cual provoca abrir más los párpados, en vez de cerrarlos como solemos hacer ante un deslumbramiento corriente. No se ha descrito hasta ahora ningún caso de conjuntivitis asociado a esta manifestación atmosférica. Sin embargo, estos reflejos de las cometas invisibles hacen que la adrenalina fluya aumentando el ritmo de las palpitaciones, lo cual produce ganas de correr y de saltar, estirar mucho las piernas, y hasta arrancar por ejemplo una hoja de un árbol difícil de alcanzar con la mano en condiciones normales. Los hilos que sujetan estas cometas, también imposibles de captar por el ojo humano, se sabe que parten de diversos lugares de la Sierra y otros puntos del horizonte. Se detecta este fenómeno también durante lapsos muy inferiores a la centésima de segundo mirando en superficies lisas, transparentes y limpias, como en el estanque de cualquier parque, donde lo hubiera, o en unos ojos que sean tan grandes y bonitos como los tuyos. Solo así, y si se fija uno bien, allí veremos, o pensaremos que creemos ver, las cometas invisibles que cubren el cielo.

Si tienen preguntas al respecto las responderemos en orden de llegada, aunque más tarde, porque yo me voy a la calle, ya que no aguanto sentado ni un minuto más.