Demasiadas cosas que decir. Pugnan por escapar y me bloquean. Mis ocurrencias son gordas, como obesos mórbidos que se atascan tratando de atravesar todos a la vez una puerta pequeña. Me cuesta dar paso a uno antes que a otro. No me gustaría quedar mal  con ninguno de mis pensamientos rollizos.

Demasiadas cosas: alegrías, ideas, reflexiones, dolores, ilusiones, proyectos, sorpresas, expectativas, decepciones, miedos, objetivos, apoyos, tonterías… Demasiadas cosas.

Es duro tener que luchar desde la realidad contra un huracán imaginario. Necesito alejarme un poco de todo. Es un anhelo recurrente. Huír. Sacar el coche del aparcamiento para que las nubes desde su altura lo vean pequeño y gris, confundirse con otros en la carretera. Encontrar un lugar desconocido horas después. Entrar a un café en el que no haya estado antes y al que nunca vaya a volver. Escribir y recuperar la paz. En aquel pueblo remoto, me gustaría pernoctar aferrado a los pechos de una muda. Perder yo también el poder de la palabra y animalizarme al máximo con ella. Ser un episodio más entre trillones de transformaciones de la materia viva  durante fracciones de una pequeño instante del tiempo infinito. Solo sentir, palpar el calor de los senos abrazando antes y después del deseo. Conocerme aislado y sin referencias. Sólo con la hembra humana de El planeta de los simios. Cambiar de lugar y de época. Y al regreso, acarrear algo de lo aprendido sin que se escurra de mis manos. Sin que se evapore en el trayecto de vuelta. Disfrutar al menos dos días sin ruido interior tras el viaje. Meditar. Rezar como si creyera. Hacerme más fuerte dentro de mí.

Demasiadas. Tratar cada día de hacerlo mejor. Mantener una trayectoria derecha dentro de un huracán de sinsentidos en remolino. Sin percatarme de que yo puedo ser otro absurdo parecido a esos a los que trato de resistir o esquivar. Dejar de respirar para escuchar el azote del viento, Porque cuando escuchamos el rozar silbante del aire, si ponemos la suficiente atención, oiremos también el silencio imponente del espacio.

Y volver. Yo soy de los que vuelven. De los que no se van, en realidad. Será que carezco del valor o la locura suficientes. Necesito salir, caminar. Seguramente contigo. Cruzar la noche o la mañana. Alejarme, tomar aire y volver a zambullirme en la cotidianidad torpe, estrecha y amarga. Necesito tumbarme en la calle, buscar un jardín, tocar tierra limpia y mirar, sin pensar, sin juzgar. Sin temer, sin soñar. Solo mirar. Sin ver ni sentir. Como ven la piedra, las hojas, la nube y la arena. Quiero mantenerme impasible como el cielo, hasta fundirme con la lluvia y con él.