Adam Smith es conocido por su estudio sobre La riqueza de las naciones, de enorme influencia en el pensamiento económico sobre el capitalismo. Nadie sabe que escribió también La teoría de los sentimientos morales. Es impresionante que un señor aparentemente tan alejado por pertenecer a otra época tan distinta de nuestro siglo XXI pueda explicarnos cómo somos con tanta lucidez y sabiduría. Él precisamente, que creía en el interés personal por enriquecerse como motor de la prosperidad, nos indica que el amor es en realidad mucho más importante, y que la riqueza se busca en gran medida para ser amados. En otras palabras: tenemos instinto para la ambición personal pero también para el altruismo. Y dice algo más: la diferencia entre dos situaciones determinadas justifica que tengamos preferencias por una u otra, pero no debemos sobrevalorar tales desigualdades. Efectivamente, los estudios demuestran que la felicidad es algo que puede ser “sintetizado” por el cuerpo humano independientemente de nuestras victorias y derrotas. Es el resultado de los estudios realzados por el profesor norteamericano de Harward, Dan Gilbert, que nos lo explica en su conferencia “La sorprendente ciencia de la felicidad”. La he visto en TED y he disfrutado con ella. Me impresionan esos sensacionales oradores anglosajones, inteligentes, preparados, al mismo tiempo elegantes en las palabras y desenfadados, explicando en camiseta cómo es el mundo según la ciencia, como te lo contaría un compañero de clase. Al parecer, tanto si te toca la lotería como si te quedas tetrapléjico, con el tiempo “generas” un grado similar de felicidad al que tenías en la situación previa, según varios experimentos. Curioso. Interesante. Entonces ¿debemos ser conscientes de que algunas de las cosas que perseguimos pierden sentido si apostamos demasiado fuerte por ellas?

Quiero regresar a Adam Smith y pasarles esta cita, porque él lo explica mucho mejor que yo, dedicada, cómo no en un día como hoy, a los independentistas catalanes.

“La gran fuente tanto de la miseria como de los desórdenes de la vida humana, parece surgir de sobrevalorar la diferencia entre una situación establecida y otra cualquiera. La avaricia sobrevalora la diferencia entre pobreza y riqueza: la ambición, la que hay entre una situación privada y otra de fama: la vanagloria, aquella entre oscuridad y amplia y conspicua reputación. La persona bajo la influencia de cualquiera de esas pasiones extravagantes, no sólo es miserable en su situación real, sino que a menudo está dispuesta a perturbar la paz de la sociedad, a fin de llegar a lo que tan tontamente admira. Sin embargo, la menor observación puede demostrar que, en todas las situaciones ordinarias de la vida humana, una mente bien dispuesta pueda ser igualmente tranquila, igualmente alegre y igualmente feliz. Algunas de estas situaciones, sin duda, merecen ser preferidas a otras: pero ninguna de ellas puede merecer ser perseguida con ese ardor apasionado que nos lleva a violar las reglas de la prudencia o de la justicia; o para corromper la tranquilidad futura de nuestras mentes, ya sea por la vergüenza del recuerdo de nuestra propia locura, o por el remordimiento del horror de nuestra propia injusticia.”

Mensaje. Ponemos una gran ilusión en lograr cambios, ya sea a nivel personal o bien de tipo social, pero nuestro grado de felicidad está preprogramado para bien o para mal, porque es una cuestión de bioquímica y porque las utopías nunca son tan favorables como se espera de ellas. Algunas veces, muchas veces, son catastróficas.

Mi conclusión en forma de preguntas: ¿Hasta dónde vale la pena lo que quieres lograr? ¿Qué tal si nos lo pensamos un poco? ¿Vale la pena que nos arriesguemos o que provoquemos el sufrimiento de otros? ¿Es tan importante?
Dado que he retocado yo la traducción como mejor he creído, adjunto el texto original y ruego indulgencia si algo debiera mejorarse. Además el texto original, como veréis los que sabéis un poco de inglés, es bonito.

“The great source of both the misery and disorders of human life, seems to arise from over-rating the difference between one permanent situation and another. Avarice over-rates the difference between poverty and riches: ambition, that between a private and a public station: vain-glory, that between obscurity and extensive reputation. The person under the influence of any of those extravagant passions, is not only miserable in his actual situation, but is often disposed to disturb the peace of society, in order to arrive at that which he so foolishly admires. The slightest observation, however, might satisfy him, that, in all the ordinary situations of human life, a well-disposed mind may be equally calm, equally cheerful, and equally contented. Some of those situations may, no doubt, deserve to be preferred to others: but none of them can deserve to be pursued with that passionate ardour which drives us to violate the rules either of prudence or of justice; or to corrupt the future tranquillity of our minds, either by shame from the remembrance of our own folly, or by remorse from the horror of our own injustice.”
― Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments