He soñado un velo de seda acariciando tus brazos y piernas al deslizarse hacia el suelo. Te he imaginado conteniendo tus senos redondos entre los dedos. Mi mente ha inventado un espejo mostrando obscenamente tu espalda. Te he visto con la boca entreabierta, los ojos bien abiertos y el rostro deslumbrado ante tu propia desnudez, iluminada por mi mirada atónita. Siento tus ojos y los míos conectados con esa atracción tan profunda que es capaz de ponernos serios. Adivino tus sensaciones. Es un encuentro que sabe a tragedia, porque tiene algo de sorpresa y de derrota. Hay una emoción desbordada en el beso que marca un final y una puerta de entrada a un lugar nuevo, a un paisaje distinto. Tan presente estás en mí. Tenemos que vivir esta, que es de esas historias que siempre acaban mal, pero que aportan a la vida algunos segundos a los que no voy a renunciar.

Pero al despertar, me descubro en un cuarto vacío, frente a una pared que reflejaba el resplandor de la noche.

No quiero continuar un minuto más sin perderme por ti. Quiero estrecharte y rozar tu frente con mis dedos. Acariciarte las cejas con mi nariz. Hablar contigo y escuchar el silencio de tu cuerpo elástico, que se exhibe tal cual es, transparente, frágil y que súbitamente desaparece como una burbuja en el agua.