Entró, como siempre, con una sonrisa y la barbilla bien alta. Los incisivos desprendían un destello canino como el que muestran los depredadores para embaucar a sus presas. Caminaba balanceando el cuerpo como los antiguos pistoleros esperando que lo aclamasen porque no se merecía menos. Saludó con evidente exageración confundiendo la cercanía con la payasada. Se colocó delante de las cámaras sin preocupación, concienzudamente y seguro de su atractivo personal. Abrió la carpeta llena de anotaciones esquemáticas con las que pretendía demostrar su pasado docente.

Se puso a hablar lentamente, marcando muy bien las frases y las entonaciones, poniendo calculadamente el énfasis en las palabras que quería que quedaran registradas en los cerebros de quienes le escuchaban. Hablaba impartiendo lecciones y sentencias. Era de esas personas que se escuchaba cuando hablaba y ponía una voz grave e impostada.

Se dedicó a expeler frases donde abundaban, hasta la saciedad, palabras como pueblo, expulsar, popular, casta, voluntad, lucha y expresiones como justicia social, revolución del pueblo, la lucha sigue, no olvidamos, etc… Lanzaba ideas y pensamientos sobre un mundo supuestamente perfecto, con las era imposible estar en desacuerdo porque todo el mundo quería la paz, que las enfermedades fueran erradicadas y que los niños no se murieran de hambre… Él hacía de eso su forma de ganarse la vida: obviedades revestidas de discurso ideológico vetusto.

Las masas le seguían porque decía lo que querían escuchar y él lo sabía. Cuando quería que el auditorio reflexionara sobre lo que había dicho, hacía una pausa para beber. Lo hacía lentamente con los ojos cerrados como si diera las gracias a la naturaleza por poder disfrutar todavía de el líquido elemento antes de que el capitalismo se lo cargara.

Cuando finalizó, empezó a aplaudirse para provocar y enseñar el camino que tenía que seguir la masa que lo escuchaba. No permitió que nadie, que no estuviera pactado y preparado previamente, le hiciera preguntas. Solo entonces se retocó su melena perfectamente desaliñada y le dedicó una mirada a ella. Buscaba su aprobación, como un niño  busca la de su madre cuando le presenta las notas de final de curso.

¿He estado bien? —le preguntó una vez que se encontraban solos.

Muy bien. ¿No has visto cómo se lo han tragado todo?

Creo que deberíamos cambiar un poco el contenido del discurso, es cansino y repetitivo.

Por eso es efectivo. De tanto repetirlo al final quedan las dos ideas principales claras y es eso lo que queremos, ¿no?

¿No se trataba de gobernar?

No, mi amor. Se trata de que te sigan ciegamente. De que no se cuestionen nada de lo que dices. Solo en ese momento dominarás su voluntad y podrás decir que tu poder emana del pueblo.

Pero..

Déjame a mí esas cosas que ya sabes que al final siempre me das la razón. Recuerda que el fin justifica los medios. La democracia es para los burgueses…Lo nuestro es la revolución.

Y el revolcón, compañera. No te olvides.

Volvió a resplandecer en la habitación la sonrisa estudiada justo antes de que se besaran.