Amaneció el día sombrío y pesado. La noche no había sido suficiente para que las nubes se dispersaran del todo. Ellas tenían una especie de preeminencia que nadie se atrevía a cuestionar. Se encontraban como en casa. Ejercían tiránicamente su presencia durante la mayor parte del año, descansando algún día para no asfixiar del todo a los que vivían bajo sus grisáceos mantos. Para compensar tanta tiniebla, les regalaba vastas extensiones de terreno fértil y verde. Incluso en la gran ciudad se abrían camino entre el asfalto grandes parques colonizados por viejos árboles, que resistían el paso de los años sin apenas inmutarse y proporcionando grandes sombras donde apenas era necesario. Una más de las grandes contradicciones de este mundo. Sorprendía observar cuantos tonos diferentes de color verde se podían dar en esos bosques urbanos. De vez en cuando la saturación de ese color se rompía cuando una despistado rayo de sol se colaba entre las ramas de algún árbol. Ni siquiera un día tan especial como aquel era motivo suficiente para dejar paso a que el sol alumbrara el feliz acontecimiento.

La noche la pasó entre reflexiones y paseos nocturnos para saciar las necesidades que le recordaban que pertenecía al reino animal. Entre unas y otras alguna cabezadita lo suficientemente profunda y larga como para tener algún efímero sueño. Cada noche se decía que no pasaría ni una más sin recordar las grandes historias que soñaba, pero en el mismo momento de abrir los ojos, se desvanecían por completo. Solo le quedaban las sensaciones y con ellas era capaz de inventar un relato mágico para deleitar su vanidad. Pero se sentía tramposo con ello. Unos años antes, le había obsesionado tanto ese asunto que en la mesita de noche siempre tenía un bloc de notas y un bolígrafo para escribir cualquier recuerdo de la fantasía, pero nunca llegaba a tiempo. Pensó que tal vez la tecnología le ayudaría y se compró una grabadora, con el mismo resultado decepcionante. Luego intentó pasar las noches en vela , pero claro, entonces no soñaba. Desesperado se puso en manos de médicos que medían el sueño y después de varias noches conectado a no se sabe cuántos monitores, lo único que consiguió es que le descubrieran que padecía apneas. Nunca quiso saber qué significaba eso porque con ese nombre tan raro sospechaba que no le serviría para nutrir su imaginación. Por fin su mujer, después de muchas noches en blanco y cansada de darle codazos, le dijo que roncaba.

Allí en medio de aquel parque, rodeado de casas, rascacielos y calles atestadas de vehículos, el silencio era sorprendentemente absoluto. Era tan diferente del lugar de donde venía que a su ojos les costaba adaptarse a tanto color verdoso. Donde fuera que mirara lo único que veía era vegetación. Le decían que incluso se podían encontrar zorros por aquellos lugares. Se había propuesto visitar el mayor número de zonas verdes que pudiera durante su corta estancia en esa ciudad que, aunque la había visitado en numerosas ocasiones, la desconocía por completo.

Huele a hierba fresca, pero es mentira. La frescura se nota no se huele. ¿A qué huele la hierba? Mientras paseaba por aquel tapiz de césped salvaje, notaba su fragancia, pero no sabía describirla. Se le mezclaba con los aromas que el viento arrastraba de las plantas y arbustos. También distinguía el característico olor metálico que anunciaba lluvia y quién sabe si no una tormenta. Dudó si buscar refugio ante el infalible anuncio o guarecerse bajo una de las grandes copas solo para poder percibir otro olor muy apreciado: el de la tierra mojada.

Miró el reloj… llegaba tarde. El tiempo se le había pasado muy rápido gozando de aquellos prados metropolitanos. No solo él disfrutaba de la paz y el silencio que le permitían adentrarse en sus pensamientos más profundos, también se cruzó por el camino con caminantes de todas las edades, ciclistas, corredores, fotógrafos, poetas, parejas de enamorados, buscadores de insectos, observadores de pájaros, caballos y jinetes vestidos con elegancia y ofreciendo una preciosa estampa. También fantaseó con algún pervertido escondido entre matorrales al acecho de alguna criatura y practicando el onanismo o degenerados esperando el momento para mostrase desnudo. En el peor de los casos, ya que estaba en la ciudad de Jack el Destripador, un asesino agazapado esperando a su presa para descuartizarla. Pero eso no lo vio, eso fue producto de su imaginación otra vez que, ante aquellos parajes tan llenos de vida a pesar de la ausencia del sol, le estaba provocando delirantes historia que algún día contaría.

La atmósfera no jugaba de farol. Acababa de cruzar la verja del parque cuando se le vinieron encima millones de gotas de agua que caían del cielo sin remedio. No le dio tiempo a desplegar el minúsculo paraguas que había comprado a un vendedor ambulante, antes de quedar empapado. No corría; tampoco se desesperaba. En su rostro se advertía satisfacción. Regresó al hotel. Se tenía que preparar para el acontecimiento del año.