Se la llevaron esposada sin darle ninguna explicación. No supo ni por dónde entró aquel gigante ni cómo la agarró y la amanilló. No le dirigió la palabra en ningún momento aunque sus ojos, inyectados en sangre, delataban ira e indignación. Ella , inexplicablemente , se quedó aturdida por unos instantes.

¡Pero oiga, quiere dejarme en paz!, ¿qué hace?

Miró a su compañero buscando alguna explicación, pero también estaba atónito ante la agresividad empleada por aquel agente de seguridad. Adivinó que a él también le harían lo mismo si se preparó , con la serenidad que da la edad y la madurez, para la embestida de aquel toro uniformado.

¡Chiquillo! ¿Tú sabes qué está pasando?

Él la miró como diciendo: «no te resistas que será peor»

¿No estarás buscado por la policía de medio mundo? ¿No serás un pervertido?

Pero mujer, ¿por qué dices eso?, después de más de dos horas de larga conversación ya me deberías conocer algo.

Bueno, niño, creo que con tu edad y todos lo que me has contado puedes ser cualquier cosa que te propongas.

Él peinaba canas pero solo por los laterales del cráneo. Tenía la dignidad de no dejarse crecer el pelo para peinárselo después hacia el otro lado. En su cuerpo menudo acumulaba cerca de setenta años de experiencia curtida a lo largo de infinitos viajes haciendo de todo para sobrevivir. Nunca había tenido un trabajo fijo y sedentario. A lo largo de las más de dos horas de charla demostró conocimientos en muchísimos campos no definiéndose en ninguno en concreto.

¿Se puede saber adónde nos lleva? —Preguntó Charini

El vigilante seguía sin abrir la boca, los conducía a través de diferentes pasillos hasta un despacho donde en la entrada estaba rotulado: Jefe de estación.

Una vez sentados frente a una mesa de despacho examinaron la habitación y lo que más resaltaba era unos trenes de juguetes que representaban una colisión espectacular: los vagones estaba plegados como un acordeón, unidos todavía por los enganches. Le reproducción era tan real que había cristales rotos y muñequitos de Playmobil muertos y amputados diseminados por toda la mesa del escritorio.

Se miraron asombrados y asustados por primera vez desde que emprendieron el viaje.

¡Coño! Esto sí que no lo había visto nunca —dijo él.

Ahora sí me estás asustando.

Entró en la sala el que parecía el jefe acompañado de otro uniformado , pero este, más amable, les quitó las esposas y les ofreció un café.

Le agradezco la cortesía—inició la conversación Charini—, para una vez que cojo un tren de estos rápidos, que no se si sabrá usted, aunque creo que esta pregunta es absurda, no son nada baratos, resulta se se pone de huelga el personal de a bordo y no hemos podido tomar ni un vaso de agua, que aunque hay cosas que me gustan más , a veces es necesaria para hidratar esta piel tan divina que tengo.

—¡Se quiere callar de una vez!

¡Pero qué grosero es usted! Mire soy una señora y espero que no se confunda y porque me vea tan salerosa, como corresponde a los que habitamos en la zona de donde provengo, no soy tonta.

Por favor, ¿podría mantener la boca cerrada por unos minutos? Se ha pasado todo el viaje hablando , riendo, gritando y molestando al resto de pasajeros…

Y… ¿Usted cómo lo sabe? Y lo que es mejor , ¡qué cojones le importa! —contestó indignada—. ¡Niño, di algo!

Su compañero ocasional se había quedado mudo desde que ella inició la extravagante conversación y con un nudo en la garganta ante aquella aterradora catástrofe de juguete. Se preguntaba qué mente podría recrearse en esa escena y a la vez velar por la seguridad de la estación y de los pasajeros.

Aunque parecía imposible a Charini se le había evaporado también la sonrisa de su rostro. Ni enfadada se le desdibujaba esta. Solo la perdía cuando se indignaba. Era de esas personas que son capaces de hablar y reír al mismo tiempo. Cuando te miraba directamente a los ojos te sentías abrumado, no solo porque esa mirada penetrante te dejaba indefenso (bobo más bien), sino porque con ella también era capaz de sonreír. Podría estar con los labios cosidos , pero con una franca sonrisa en su ojos. «Para quedar bien en las fotos el secreto está en sonreír con la mirada», decía siempre que le decían lo fotogénica que era. Por si acaso ese truco fallaba, era aficionada a posar con un antifaz. De esta forma era fácil localizarla y difícil descubrir el enigma que se ocultaba tras la máscara.

El amigo accidental, que se había mostrado tan lenguaraz durante todo el trayecto, ahora permanecía en silenció. Tomaba nota de todo supongo que para parir alguna rocambolesca historia que sumar a su dilatada trayectoria.

¿Veamos, pareja, a dónde se dirigen ustedes dos?

No somos pareja

Pero viajan juntos y parecía que lo pasaban muy bien a juzgar por el alboroto que estaban formado.

No me haga repetir aquello de juntos pero no revueltos —recuperó la sonrisa Charini con ese “zasca”.

A ver que lo entienda yo: ¿Viajaban juntos, sí o no?

Pero es usted un poco tarugo. ¿Solo sabe preguntar eso?

¿Cómo se llama?

Charini. Y antes de que me pregunte, le diré que significa antifaz en Coreano.

¿Me toma el pelo?

Para eso tendría que tenerlo.

Sin tiempo de arrepentirse por la respuesta, notó como las esposas le mordían de nuevo sus muñecas.

A ver si sigue siendo tan simpática. ¿Y usted, abuelo, cómo se llama?

Permítame que conteste yo. A este señor tan amable y que parece haber perdió el don de hablar, lo he conocido en el tren. Y la verdad desconozco su nombre porque no me ha hecho falta saberlo para disfrutar de una larga y divertida conversación.

Pero los testigos dicen que han departido como viejos amigos.

¿Y eso es un delito?

No, pero hemos recibido innumerables quejas de los que viajan en su mismo coche.

Acabáramos, ahora resulta que disfrutar de un prolongado diálogo, aunque sea de forma un tanto escandalosa, puede provocar al resto de pasajeros.

Sí, si lo hace en un vagón reservado solo para aquellas personas que quieren estar en paz, que buscan el sosiego, la tranquilidad y la ausencia de ruido. En ese coche se debe respetar esa norma, por ello se llama: El vagón del silencio.