Muy pronto se convirtió en una obsesión. Se adueñó de él la primera vez que vio sufrir a sus padres cuando su hermano murió con tan solo diez años. La vida no le dio muchas oportunidades y le obsequió con una enfermedad incurable. Él, que tan solo era dos años menor, se marcó como objetivo huir de ese fatídico final. No quería morir. Fue creciendo y la obsesión lo hacía con él, pero exponencialmente. Estudió medicina, biología, genética, bioquímica, etc. Se convirtió en un científico. Pasó centenares de noches sin dormir documentándose e investigando la naturaleza humana. Tuvo éxito en los negocios y todo el dinero que ganaba lo invertía en buscar la fórmula para conseguir una juventud perenne, para evitar la vejez o en el peor de los casos prolongar la vida indefinidamente. Pero los años iban pasando y aunque se conservaba bien, sentía una angustia insoportable al ver que no progresaba lo suficiente. No pudo hacer nada por evitar la muerte -por causas naturales- de sus padres y él había sobrepasado ya los cincuenta años. Siguió ganando mucho dinero que empleaba para contratar los mejores eruditos del mundo para lograr su objetivo. Con todo eso se olvidó de vivir. Se había asilado física y socialmente para eludir las enfermedades y para no desconcentrarse con placeres efímeros. Era millonario en dinero, pero pobre en amor. Huérfano también de amigos y sentimientos. No tenía ni mujer ni hijos. Estaba solo. Pero eso no lo desanimaba porque si conseguía la inmortalidad tendría mucho tiempo para complacer esas necesidades.

Cerca de los 65 años comenzó a obtener las primeras muestras de éxito. Los resultados empezaban a ser esperanzadores y pronosticaban un futuro inmediato optimista. Las pruebas realizadas en animales habían sido satisfactorias y toda la comunidad científica corroboraba los hallazgos. La conclusión es que parecían haber conseguido frenar por completo el envejecimiento celular. Él comenzaría el tratamiento al día siguiente sin falta.

Exultante y rebosante de fuerzas , decidió salir a cenar a su restaurante vegano favorito. Salió de su estudio, situado en la parte de arriba de su mansión, y al dar el primer paso hacia la escalera tropezó, perdió la verticalidad y se precipitó escaleras abajo. Mientras rodaba estaba totalmente consciente y se sentía afortunado porque se notaba todavía entero. Con un poco de suerte al llegar al final estaría magullado pero indemne y habría superado con éxito el primer accidente de su existencia. Pero el destino, que no tolera que alguien intente esquivarlo y mucho menos que nadie le lleve la contraria, le tenía reservada una sorpresa que ni siquiera él era capaz de predecir y controlar. En el último escalón, con la última voltereta y cuando ya estaba a punto de quedar tendido sobre el suelo, salió despedido contra un barrote de acero que se había desprendido parcialmente de la barandilla. Le atravesó el cráneo. Murió en el acto.