2112:00 a.m.

No llevaba ni cinco minutos leyendo, que no pude evitar escuchar la conversación de la pareja que tenia al lado, no porque me interese la vida de los demás (un poco sí, la verdad), sino porque estaban tan cerca que podía casi percibir los agitados latidos de sus corazones. Parecían felices. Así que supuse que ese bombeo tan rápido era provocado por la excitación del momento o una futura que la mente ya descontaba y se evidenciaba en el comportamiento acaramelado de la pareja. Sobre todo en él (la mente tiene un poder enorme para saber en todo momento dónde acumular la sangre).

Unos minutos más tarde pude comprobar que no había nada más alejado de la realidad (pero aún queda sufrir un poco de empalago). Se proporcionaban todo tipo de arrumacos, reían y se besaban como dos adolescentes cuando ya estaba entrados en la cuarentena hacía tiempo, lo que provocó no sólo mi sorpresa , sino la de todos los que estábamos pegaditos a ellos (espectadores por imperativo). Imposible concentrarse en al lectura con tanto chasquido azucarado. Repasaban las maravillosas vacaciones que había pasado juntos en recónditos lugares llenos de paisajes evocadores de los mejores sentimientos y las emociones más nobles, bueno de las más excitantes: el sexo y el amor (por ese orden a la vista de las consecuencias). Cuando estaba a punto de recoger los bártulos para abandonar lo que mal había comenzado, ella le sugiere completar su nido común con los recuerdos y las fotografías de aquellos inolvidables días. A él se le mudó la cara.

Amor —dijo ella—, podríamos colgar unas cuantas fotografías nuestras y de los paisajes en el estudio…

Como solía pasar, él no sabía si se trataba de una pregunta, una afirmación o un deseo…Se lo pensó unos segundos y contestó:

Cariño, prefiero colgar fotos de gente que sé que va seguir a mi lado.

Ahora fue el rostro de ella el que se transfiguró y sin dar crédito, pensado que era una broma (error, un hombre nunca bromea con esas cosas porque sabe que es un viaje sin retorno), continuo:

¿Te estás refiriendo a mí?

La pregunta ahora sí era clara y contundente. Él estaba tardando ya demasiado en responder. Hasta yo, observador imparcial, me removí en la silla y el libro pretendió suicidarse lanzándose sobre la arena.

Mira cariño, yo te quiero mucho (ya vamos mal) y han sido unos días fantásticos que nunca olvidaré. Tú me has aportado muchísimas cosas de las que siempre estaré en deuda contigo…

¡Acaba de una vez, calzonazos de mierda! —interrumpió ella (normal, yo le hubiera dado una patada en los morros)

Tú eres como un plato de comida de esos que te gustan muchísimo, pero que cada vez que los comes te provocan ardores.

No esperé la reacción. Me asusté y solté todo lo que llevaba encima, tiré el sombrero sobre la silla, me quité la camiseta desgarrándola (me temblaba el cuerpo entero) y me lancé como un poseso hacia las olas para darme un remojón y unos cuantos revolcones (el segundo de año y pocos más habrán por culpa de la cantidad de agua que tragué). Se me olvidó quitarme las gafas de sol, pero ya era tarde. No tenía ninguna intención de ver el desenlace. «Si hay sangré no quiero estar cerca», me decía en voz baja mientras contaba mentalmente los minutos para calcular el tiempo que ella necesitaría para mandarlo al mismo sitio donde hubiera mandado a la primera señora que me interrumpió.[inbound_forms id=”2084″ name=”Apúntate al taller de novela y relatos online”]